Mutis, devoto de Valle y Cunqueiro

Gracia Novás REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El autor colombiano y premio Cervantes de literatura Álvaro Mutis ?con chaqueta roja? visitó en el invierno del 2008 en Vilanova de Arousa la casa de Valle-Inclán, un escritor al que dijo entonces leer y admirar desde que tenía 15 años
El autor colombiano y premio Cervantes de literatura Álvaro Mutis ?con chaqueta roja? visitó en el invierno del 2008 en Vilanova de Arousa la casa de Valle-Inclán, un escritor al que dijo entonces leer y admirar desde que tenía 15 años MONICA IRAGO

El escritor colombiano, creador de Maqroll el Gaviero y del que se conmemora el centenario de su nacimiento, sentía una confesa admiración por Galicia

05 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Admiraba de don Quijote su inigualable fervor por los libros, que tan bien expuesto quedaba en su discurso de las armas y las letras. Cuando Álvaro Mutis (Bogotá, 1923-Ciudad de México, 2013) recogió el premio Cervantes en abril del 2002 refrendó doblemente aquella admiración, renovó su «veneración indeclinable y cada día más cálida por la persona y la obra» del autor de las andanzas del ingenioso hidalgo: «Es difícil encontrar en la historia de las letras de Occidente un destino más adverso, más sembrado de injusticias, olvidos y amargos altibajos que el que tuvo que padecer», y, sin embargo, fue capaz de edificar una obra incomparablemente luminosa.

Y es que esa melancolía —la del viaje y el desarraigo, también—, ese desencanto y el amor por la literatura atraviesan la vida de Mutis, como la de Maqroll. También hablaba de eso en su discurso en el paraninfo de la Universidad de Alcalá: «Leer un libro es volver a nacer. Es el camino para apropiarnos de un mundo y de una visión del hombre que, a partir de ese momento, entran a formar parte de nuestro ser. Una lectura disfrutada con riqueza y plenitud es la conquista más plena que puede hacer un hombre en su vida», afirmaba.

Él, como Maqroll —álter ego, en buena medida—, lo sabía bien: las lecturas habían moldeado su psique y su espíritu. Con esa certeza llegaba a Galicia, en donde se interesaba nada más tomar tierra por la figura de don Ramón María del Valle-Inclán y por la obra de Álvaro Cunqueiro, por los que sentía gran devoción. A ambos tenía en su colección de reaccionarios exquisitos entre los que debían hallarse otros como Montaigne, Lord Chesterfield, Chateaubriand y Joseph Conrad.

Fue así como en el 2008, cuando recibió en Compostela el premio Rosalía de Castro —junto a Joan Margarit, Mia Couto y Jon Kortazar—, una indisposición le impidió visitar la casa museo de Valle en Vilanova. No cejó. Solo unos días después, acompañado por el responsable del Pen Clube gallego, Luís González Tosar, se acercó al pazo de O Cuadrante, donde el genio arousano pasó sus años de niñez.

El paraíso de la infancia

Allí evocó cuando siendo él adolescente, apenas un niño, accedió por primera vez al universo del padre del esperpento: «Para mí es difícil expresar la emoción de estar aquí y sentir la presencia de Valle-Inclán, un autor que leí desde que tenía 15, con devoción. Lo tengo dentro del alma, integrado en lo más íntimo», confesó. Quizá fuera al abrigo de la finca Coello, propiedad de su abuelo materno, en las estribaciones de la Cordillera Central de Colombia, en la sierra cafetera de Tolima, en el Trópico, y donde aseguraba que había pasado la mejor época de su vida, su paraíso.

Como el niño que había sido, curioseó entre los ejemplares de las primeras ediciones de Valle, entre los muebles que recrean el despacho y escuchó atentamente la grabación de la voz original del dramaturgo recuperada de la Filmoteca Nacional: «Sí tiene acento gallego», corroboró divertido.

Y es que con Galicia y lo gallego fue fraguándose en él una conexión de sorprendente naturalidad, la percibía como su hogar. Algo debió tener que ver su visita al barbanzano monte de A Curota, con guías tan aquelados como Antón Riveiro Coello, Manuel Rivas y el propio Tosar. «Aquí siento que vuelve a mí un mundo escondido que guarda la poesía y que hay que descubrir en los sitios donde esa poesía está presente», explicó. Una tierra para la que no valen tópicos, advertía, como rechazaba el del «realismo mágico» para su Colombia reprobaba lugares comunes como ese que califica Galicia como tierra de meigas: «La tierra gallega no permite ese tipo de trucos, de equivocaciones, para nada. Si estás en Galicia, estás en Galicia, y es un país espléndido, maravilloso y te entra por el alma y se queda para toda la vida», insistió para ahondar en su peculiaridad, en su legitimidad ineluctable: «Galicia es un país que tiene estructura de nación. Tiene literatura propia, un idioma, un paisaje prodigioso... y los gallegos tienen un carácter que se diferencia del resto de la Península. Es un país completo», zanjó.

En ese país reconocía asimismo la fuerza de los siglos que latía en Compostela, y dentro de ella la figura del Apóstol, al que trasladaba algunas de las virtudes que atesoraba su gaviero, como hombre valiente y solitario.

Defensor de la soledad y ajeno a la política —«el póquer de los que no tienen nada más que hacer»—, elogiaba el poder del arte y la fantasía como medicina para «estar vivo», condición para la que conocía la receta, el secreto: «Vive la maravilla de esa creación de la imaginación del hombre; es la imaginación y la vida interior, absoluta y real, desnuda, esa es la verdad», proclamaba.

De todas las artes, y expresamente de las literarias, no era a la prosa a la que concedía más grado: «La poesía es una prueba más intensa que la narrativa, es un continuo testimonio del mundo, de la vida y de la muerte». Y lo decía quien había hecho nacer a Maqroll el Gaviero en un poema allá por 1953 para después hacerlo transitar por sus novelas.