La casa del artista en Giverny y sus fabulosos jardines, con cientos de especies, atraen a turistas de todo el mundo
26 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Una cola que parece interminable suele ser la antesala para la mayoría de quienes llegan aquí. Los idiomas italiano, inglés y español ganan por goleada al francés: varios cientos de turistas de todo el mundo aguardan pacientemente a diario para adquirir la entrada (11 euros para los adultos), que les dará acceso a una de las residencias de artista más bellas de Francia, gracias sobre todo a sus jardines. Hace un lustro, el año anterior al del estallido de la covid-19, alcanzó su récord de visitantes: más de 700.000. Todo un éxito, si se tiene en cuenta que solo permanece abierta de abril a noviembre.
En Giverny, en la Baja Normandía, a 75 kilómetros de la capital gala, se halla la última morada de Claude Monet (1840-1926). Aquí recaló el pintor y genio del impresionismo a los 42 años, junto a su familia, y aquí residió más de la mitad de su existencia. Desde el 1 de junio de 1980, y gracias a un ente privado como la Fondation Claude Monet, está abierta al público, que acude atraído sobre todo por sus paradisiacos jardines.
Se cuentan por cientos las especies de flores -dalias, crisantemos, lavanda y claveles, entre muchas otras- bajo el permanente control de una quincena de jardineros, durante los siete días de la semana y a lo largo de todo el año. Son unos jardines vivos que mudan con cada estación, mostrándose siempre diferentes por la magia y los caprichos de la naturaleza. Y eso es justo lo que sedujo al artista.
«Probablemente debo a las flores el haberme convertido en pintor», afirmó en cierta ocasión Monet, quien, además de la pintura, se declaraba un incondicional admirador del universo vegetal y de los jardines, y en concreto de los dos de su residencia de Giverny. Un edén que le serviría de inspiración, tomando sus flores como modelo durante años. Estampas vivas y en constante cambio e inspiradoras de su pintura, en la que el color y la luz son los grandes protagonistas.
Embriagador paraíso que, aunque no figura en la ruta oficial de los lugares a visitar en 2024, año del 150 aniversario del Impresionismo, es parada obligada para los amantes de este estilo pictórico, y en especial para quienes aprecian el arte del creador de las diferentes y legendarias visiones de la catedral de Ruán que comenzaría a pintar en 1892.
Dos son sus grandes jardines. El primero, el Clos Normand, al pie de su casa, que más de uno asocia con amapolas y margaritas. Aunque el más célebre es el del estanque de nenúfares y puente japonés, inspirado en los del país del sol naciente, que hechizaba al pintor. Una creación artificial, erigida a finales del siglo XIX. Obsesionado creativamente con el estanque y los nenúfares, plantas que adoraba ir viendo crecer y multiplicarse, hizo de estos temas una constante de sus últimos veinte años.
Algunas de sus obras han alcanzado precios astronómicos, como Meules, que sobrepasó hace cinco años en una subasta los 110 millones de dólares (más de cien millones de euros) y se convirtió en la obra impresionista más cara de todos los tiempos.
«Los jardines, gracias a sus colores, transmiten un espíritu bucólico y sereno, con los azules, púrpuras y rosas. Esta armonía también se encuentra en la decoración del interior de la casa», comenta Isabelle, francesa de 61 años, que visita por vez primera este paraíso. La vivienda, con fachada de color rosado, no es en absoluto ostentosa. Claude Monet comenzó habitándola como inquilino, aunque pronto pasaría a ser su propietario. En su interior, los colores están también muy presentes: el amarillo en el comedor y el azul en la cocina. En el salón-estudio, repleto hoy de reproducciones de sus obras, recibía a amigos y colegas como Cézanne, Pisarro, Renoir y Rodin, entre otros.
Visitar esta casa es entrar «en un pequeño principado independiente dedicado al arte y a la naturaleza», como recuerda Adrien Goetz en el libro-catálogo Monet à Giverny (Monet en Giverny).
En la parte superior hay varias estancias. Entre ellas el dormitorio del pintor, que tenía las ventanas siempre abiertas. Murió en su cama el 5 de diciembre de 1926, a los 86 años. Lo más curioso es que, casi un siglo después, parece que en cualquier momento quien fuera su dueño y morador aparecerá para estrechar la mano de quien allí recala.