Tim Burton hace virtud de la inviabilidad de crear una secuela de «Beetlejuice»

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

Michael Keaton y Tim Burton, a su llegada al Lido.
Michael Keaton y Tim Burton, a su llegada al Lido. Ettore Ferrari | Efe

El filme inaugural de la Mostra mantiene a Michael Keaton y Winona Ryder del reparto original e incorpora a Jenna Ortega, Monica Bellucci y Willem Dafoe

29 ago 2024 . Actualizado a las 09:17 h.

En el verano de 1988 tuvo lugar un inesperado aldabonazo fílmico que nos sacudió de la modorra de aquel ferragosto. Tim Burton apenas era reconocido entonces como el director de un original corto de animación y de una película de humor del absurdo a mayor gloria del personaje burlesco Pewee Herman. Recuerdo la sorpresa estimulante que supuso Beetlejuice como zarpazo de subversiva comicidad, como negrísima mezcla de azufre y feria de tren de la bruja. También el entusiasmo ante aquel hombre-orquesta, ese histrión de Belcebú llamado Michael Keaton, al que aún no valorábamos. Y el primer flechazo ante Winona Ryder, consumado un año después en fascinación absoluta a través de Greats Balls of Fire.

Afrontar esa alquimia casi cuarenta años después y tratar de reproducirla miméticamente habría sido una operación suicida o un vano hundimiento en la melancolía. Creo que Tim Burton —tras más de una década perdido, recientemente reanimado con la artística respiración asistida de la notable serie televisiva Miércoles— era muy consciente de ese peligro. Por eso este Beetlejuice Beetlejuice renuncia ya en su título a una numeración de franquicia. No es una segunda parte sino —muy al contrario— una línea de fuga que se afirma precisamente sobre la imposibilidad de concebir una secuela del original, cuando aquel fue creado sobre las bases de una película sorpresa, de un surtidor de golpes de efecto irrepetible.

Es este otro verano bien distinto al del 88. Y Burton explora un territorio que linda con otros blockbusters en cartel como los de Alien: Romulus o El reino del planeta de los simios, los cuales recurren al relevo generacional —rejuvenecidos sus héroes hasta semejar hijos de Los juegos del hambre—, pero va mucho más allá de estos. Beetlejuice Beetlejuice se dibuja como un tour de force generacional —el de Catherine O’Hara, el de una Winona Ryder magnífica, rediviva, y el de su nieta e hija en la ficción, Jenna Ortega— que tiene más que ver con la interesante charada que orquesta M. Night Shyamalan en La trampa.

La negación de la naturaleza de secuela pura de su película nace ya de la postergación del demonio de Tasmania encarnado por Michael Keaton —epicentro del filme original— a un rol muy secundario, poco más que como maestro de ceremonias. Burton y sus guionistas renovados hilan su entramado gótico a partir de ese marco central de las tres mujeres. Su película —con todo, irregular— fracasa cuando se desvía e introduce en la trama —con calzador— a personajes tan prescindibles como el detective cantante de Willem Dafoe o la vampira a lo Mario Bava impostado que interpreta Monica Bellucci, pareja actual de Burton y lastre deudor en la historia.

Y es también desigual en su búsqueda de la comicidad —muy forzada en la primera parte—, progresivamente feliz en la medida en que inventa nuevos escenarios, como ese underground afro-pop de donde parten los vagones de los trenes de las almas perdidas hacia el más allá. Cuanto más se aleja de su matriz, más crece Beetlejuice Beetlejuice como propuesta que respira libre. Por eso es muy estimable el tramo final de la película. Y punto aparte merece su magnífica coda: un guiño cinéfilo para connaisseurs que pasa por un cumplido homenaje al desenlace de otra obra que nunca debería haber sido replicada, en este caso la Carrie de Brian de Palma. Escuchamos la partitura inolvidable de Pino Donaggio para aquella ocasión. Y Burton se reserva —como la mano que surgía de la tumba en Carrie— un giro final feroz, gamberro, desafiante. Esta vez sí con una carga de humor freak a la altura de aquella película demoníaca y granguiñolesca que filmó en estado de gracia hace 36 años.