«Apartment 7A», promocionada en Sitges como «remake» de «La semilla del diablo», es más una precuela del filme de Polanski

José Luis Losa SITGES / E. LA VOZ

CULTURA

La pareja Dianne Wiest-Kevin McNally (Minnie y Roman Castavet), a punto de «auxiliar» a Julia Garner en «Apartment 7A».
La pareja Dianne Wiest-Kevin McNally (Minnie y Roman Castavet), a punto de «auxiliar» a Julia Garner en «Apartment 7A».

Nacho Vigalondo continúa en «Daniela Forever» dentro de sus insufribles mundos de Yupi

09 oct 2024 . Actualizado a las 21:41 h.

Me han advertido de que Apartment 7A es una operación comercial de corto alcance. O sea, la Paramount tratando de sacarse de la manga una nueva franquicia, más de medio siglo después de La semilla del diablo. También me avisan de que en Norteamérica ya se ha estrenado directamente en plataformas. Y de que es muy probable que en Europa siga la misma suerte. Pero nada puede sojuzgar la fascinación que me produce volver al edificio de apartamentos neoyorquino Dakota en donde Roman Polanski logró en 1968 aquella alquimia insana y maléfica que recorría cada uno de los planos de su película en la que Mia Farrow era sacrificada por un club de élite de satanistas como si de unos adelantados a las enloquecida teorías de QAnon se tratasen. Un malditismo que esa monumental construcción decimonónica vio agigantada cuando Mark David Chapman asesinó a John Lennon en 1980 mientras el músico salía de su apartamento en el Dakota.

Oficialmente, Apartment 7A es una precuela de La semilla del diablo. Esto es cierto desde un punto de vista estrictamente cronológico. Es decir, a quien vamos a seguir ahora es a Terry, la mujer que al comienzo del filme de Polanski saltaba al vacío desde el piso del matrimonio Castavet, en el edificio Dakota. Y caía casi a los pies de la joven pareja recién llegada a la propiedad, que interpretaban Mia Farrow y John Cassavetes.

Terry Gionoffrio (Julia Garner) brinda con Alan Marchand, interpretado por Jim Sturgess.
Terry Gionoffrio (Julia Garner) brinda con Alan Marchand, interpretado por Jim Sturgess.

Pero el guion que Paramount sirve a la directora australiana Natalie Erika James es mucho más un remake casi en estado puro del original de Polanski. Porque el trayecto de captación de una ambiciosa bailarina por el anciano matrimonio Castavet, el proceso por el cual se van involucrando en su vida íntima, el embarazo de semen y azufre de la joven y el posterior cerco al que la somete el círculo de misa negra que rodea a los Castavet es idéntico a la trama que atenazaba a Mia Farrow en 1968. Y esto plantea un serio problema: resulta poco menos que descabellado tratar de reproducir la atmósfera nefanda de una película que desde su filmación figura en la leyenda y en las listas del mejor cine de terror nunca exhibido.

De hecho, el éxito de La semilla del diablo fue la catapulta de la explosión del cine satánico en la década de los 70 con El exorcista, que recaudó el triple del box-office del filme de Polanski, y con La profecía. Ambas conocieron numerosas secuelas que llegan en algún caso hasta hoy. Pero nadie, sin embargo, se atrevió en la gran pantalla a volver sobre Mia Farrow y su bebé demoniaco. En el 2014, la NBC produjo una miniserie con Zoe Saldaña cuyo paso por el radar de las audiencias quedó prácticamente invisibilizado.

Julia Gardner, actriz de las series «Ozark» y «The Americans», encarna el papel antecedente de Rosemary (Mia Farrow).
Julia Gardner, actriz de las series «Ozark» y «The Americans», encarna el papel antecedente de Rosemary (Mia Farrow).

Por eso el error fundacional de Apartment 7A es el de intentar recrear de un modo mecánico aquel estado de gracia demoniaca del original. Para esta operación Paramount acierta al fichar como antecedente de Mia Farrow a Julia Garner, la proteica actriz de las series Ozark y The Americans. Garner conjuga fragilidad y decisión.

Julia Garner interpreta a Terry Gionoffrio en el filme de Natalie Erika James.
Julia Garner interpreta a Terry Gionoffrio en el filme de Natalie Erika James.

Entre el material original de Apartment 7 A, tan escaso en el guion, hay vetas que reflotan por tramos la película: la frustrada carrera de bailarina de Broadway de Garner introduce elementos novedosos que responden más a la Norteamérica de este tiempo que a la de 1968: el acoso sexual a cambio de papeles en el show-business, por ejemplo. Y el tratamiento del embarazo indeseado de Garner en un momento en el cual aún no estaba legalizado remite hoy de manera inequívoca a la grieta que ha abierto la revocación de la ley Roe vrs Wade en algunos estados, en el acto de regresión de derechos que mayor número de votos parece estar costando al trumpismo.

Natalie Erika James también logra introducir como elemento original un par de secuencias de musical oníricas, una con homenajes al maestro de las coreografías Busby Berkeley. Y todos esos materiales, concentrados en el tramo final de la película, van elevando el tono de una función hasta ese momento renqueante por su esclavitud de construirse como remake de La semilla del diablo, cuando de ahí solo puede segregarse un pálido o desganado sucedáneo.

Más allá de lo insensato de reeditar todo lo que funcionaba como asfixiante trama sorpresa de conspiración en el filme de Polanski -y que ahora ya conocemos en todos sus términos- hay elementos artísticos no menores que desaconsejaban por completo esta operación: solo hay una Minnie Castavet. La inmortalizó la inmensa Ruth Gordon,que se llevó el Óscar. Y otro tanto cabe decir de su marido en la ficción, Sidney Blackmer. O del doctor Sapirstein, el ginecólogo para el cual Polanski recuperó al galán del Hollywood dorado Ralph Bellamy.

Dianne Wiest y Julia Garner, en una escena de «Apartment 7A».
Dianne Wiest y Julia Garner, en una escena de «Apartment 7A».

Aquel círculo áureo de intérpretes que amordazaba a Mia Farrow no es reproducible. Elegir a Dianne Wiest (ganadora de dos Óscar, por cierto, ambos con Woody Allen) para ser la nueva némesis de la doncella es una opción atractiva como cartel. Pero rematadamente fallida en la composición que realiza Wiest, forzada a sobreactuar bajo la presión de intentar emular a Ruth Gordon.

Esa fractura, que es mucho más que un miscasting, se eleva como la metáfora de la imposibilidad. Así que reconfirmado que La semilla del diablo es incunable que no acepta ser maqueado ni como secuela ni como remake, Apartment 7A debe verse -y así, hasta disfrutarse- en sus excursos por el musical, en el desafío interpretativo del que sale ilesa Julia Garner. Y en la citada parte final del metraje, cuando Garner, en su salto al vacío, tiñe de sangre las escalinatas del Edificio Dakota, mientras la Paramount se atreve a introducir sobre su cuerpo inerte, en un muy bello plano picado, aquella nana del compositor checo Krystoffer Komeda que te hacía estremecerte cuando la compuso para la oda de azufre conspiranoico del mejor Polanski.

Fotograma del filme de Vigalondo «Daniela Forever».
Fotograma del filme de Vigalondo «Daniela Forever».

Nacho Vigalondo, el exdirector que regresó del frío

Y en la jornada de demonios y diablillos, llegó Nacho Vigalondo quien, por entidad, pertenece más bien a la segunda de las especies. Vigalondo no es ya un diablillo. Es uno de mis terrores favoritos. Desde que en la Academia de Hollywood sonó algun flautín y nominaron al Óscar un corto suyo, este hombre se cree cineurgo. Y trata de reencarnarse, si hacemos caso a su temible filmografía, en Billy Wilder (Extraterrestre), Terry Gilliam (Timecrimes), Brian de Palma (Open Windows), George Lucas (Kolossal) y en la noche del martes, en este festival, en el Michel Gondry de Olvídate de mí, con su regreso al cine a través de algo titulado Daniela Forever.

Nacho Vigalondo (segundo por la izquierda), posando con su equipo en Sitges.
Nacho Vigalondo (segundo por la izquierda), posando con su equipo en Sitges. Siu Wu | Efe

Anunció Vigalondo ante las mil doscientas víctimas que habían acudido al estreno en el auditorio que él ya no sabía si se consideraba director. Porque -se quejaba- habían pasado ocho años desde su más reciente película, Kolossal, en la cual embaucó a Anne Hathaway y hundió definitivamente su carrera. Y con esas cuentas, a ver quién le garantizaba a él que iba a dirigir otra película después de Daniela Forever. A ver quién nos garantiza a nosotros que no vas a volver, Vigalondo. Sería toda una tranquilidad.

En su rentrèe -no precisamente triunfal- nos propone una serie de ficcionales variantes sobre un japonés en Madrid que pierde a su enamorada en un accidente de tráfico. Y se dedica a recuperarla de entre los muertos, una y otra vez, a base de un milagroso pastillaje de una farmacéutica que habita en las sombras. Supongo que el hecho de que la película esté rodada en inglés es porque le abrirá algún mercado donde cuele su cine como un despiste, que en España ya está muy calado. Ello obliga a Nacho Vigalondo a que actrices contrastadas como Nathalie Pozas o Aura Garrido chapurreen un inglés a ratos almodovarianos.

Cuanta ocurrencia delirante o chiste manchego se le venga a la cabeza al director lo mete en la nube o la cazuela de esta Daniela Forever irritante que cae a plomo y te fríe las neuronas. Mientras Vigalondo, como siempre en sus mundos de Yupi, sueña ya con que llegue la noche y marcharse al karaoke. Que es en donde de verdad triunfa.