Cuenta la propia Virginia Woolf en su diario de 1922 que un paseo por Londres, una elegante mujer comprando flores y el bullicio de la ciudad de fondo fueron el germen de su novela Mrs. Dalloway. Estamos ante una de las obras más importantes del siglo XX, por su innovadora técnica narrativa —narrador instalado en la intimidad de los personajes, impregnado de tonalidades, ruidos y olores, monólogo interior, indirecto libre, etcétera—, el uso temporal y la indagación psicológica. Son muchos los temas que toca: tiempo y memoria, búsqueda de una identidad, soledad, clases sociales, muerte, amor y sexualidad, maternidad, trauma y salud mental. Pero si tuviera que quedarme con alguno de ellos, escogería la reflexión sobre la vida (o las vidas) no vividas, que recorre y vertebra la novela de principio a fin. Esto encuentra su eco en las meditaciones de los personajes sobre elecciones pasadas, los caminos que no tomaron y las oportunidades que dejaron atrás.
Así, Clarissa, la protagonista, le da vueltas constantemente a su decisión de casarse con Richard Dalloway en lugar de Peter Walsh, un antiguo pretendiente con quien tuvo una conexión apasionada pero complicada. A su vez, el recuerdo de Sally Seton, una mujer con la que tuvo una relación especial en su juventud, también sugiere una vida no vivida, una posibilidad de amor y libertad que nunca exploró completamente debido a las convenciones sociales de su época. Peter es otro personaje que lidia con el tema. Su amor por Clarissa sigue siendo una herida abierta, y, aunque ha intentado seguir adelante, nunca deja de preguntarse qué habría pasado si ella lo hubiera elegido a él. Pero es a través de Septimus Warren, el ex combatiente de la Primera Guerra Mundial y tal vez el mejor personaje, donde mejor se manifiesta. Antes del conflicto, Septimus tenía aspiraciones literarias y una relación con la belleza y el arte, pero la guerra destruyó esa posibilidad. Ahora sufre un trauma del que solo conseguirá salir a través del suicidio.
Estas vidas no vividas son un recordatorio de la fragilidad y la complejidad de las elecciones, y Woolf las utiliza para profundizar en la naturaleza introspectiva de sus personajes y la condición humana en general. ¿De dónde surge el tema? Pues, como todo en su escritura, de la propia vida de la autora. Por un lado, el matrimonio de Virginia con Leonard Woolf fue una decisión deliberada y práctica, basada en el amor intelectual y el apoyo emocional mutuo, pero no necesariamente en la pasión romántica. Estas complejidades se reflejan en Clarissa Dalloway, quien eligió la estabilidad y la respetabilidad con Richard en lugar de la intensidad impredecible con Peter. Por otro, Woolf, como Clarissa, tuvo relaciones significativas con mujeres, incluyendo su romance con Vita Sackville-West. En la novela que nos ocupa, la relación de Clarissa con Sally Seton, que evoca una mezcla de libertad, transgresión y emoción, parece inspirada en los propios sentimientos de Woolf hacia las mujeres y en sus reflexiones sobre las restricciones de su época.
No hay que olvidar que Woolf vivió en un período en que las mujeres todavía enfrentaban grandes limitaciones en cuanto a educación, independencia y expresión. En su ensayo Una habitación propia, escribe sobre cómo muchas mujeres históricamente no pudieron desarrollar sus talentos debido a las restricciones sociales.
Decía Carl Gustav Jung que «una vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir». Este pensamiento resuena en Mrs. Dalloway, donde los personajes, especialmente las mujeres, enfrentan las heridas y los anhelos de los caminos no tomados.