El británico ofreció en el Coliseum de A Coruña una actuación con aroma a gala y manejada con maestría, aunque se echó en falta que durase más
16 dic 2024 . Actualizado a las 15:47 h.Unos tanto, otros tan poco. Si el gran concierto rock del 2023 en Galicia —el de Guns n' Roses en Vigo— dejó a una parte de los asistentes deseando la reducción de un set considerado excesivo, este domingo ocurrió lo contrario con Rod Stewart en el Coliseum de A Coruña. Pese a clamar ufano «dos horas de diversión» al inicio del recital, finalmente la cosa se quedó en una hora y 45 minutos, escamoteándole un tema al listado previsto. Insuficiente minutaje para un público que pagó entre 85 y 136 euros y acudía a rendir pleitesía a un personaje total dentro de la música popular de las últimas cinco décadas, sabiendo que la ocasión —única actuación en España— no se iba a volver a repetir. El año que viene el británico se retira para siempre de las grandes giras y no hay ninguna fecha en el territorio nacional.
Ahí se encuentra el principal reproche de su pase. Bueno, también se añoró alguna visita al repertorio de los Faces. Últimamente, recuperaba piezas como Stay With Me u Ooh La la, que hubieran puesto la guinda para un directo que, salvo estas pegas, respondió con nota a lo esperado. Porque Rod Stewart lleva ya muchos años ejerciendo de estrella veterana de vuelta de todo, más próxima al brillo de lentejuelas de auditorio con butacas numeradas que al cuero gastado de una sala de rock apoyado en una barra. Desde el primer momento, se generó esa atmósfera mágica del espectáculo, la que invita al público a sentir la feliz efervescencia de una burbuja de champán. Lo que los americanos llaman entertainment elevado a la máxima potencia.
Stewart se plantó en escena en modo gala en Las Vegas, con vientos, violines y hasta un arpa. Lo de la americana de piel de leopardo a juego con los vestidos de sus coristas-bailarinas —que parecían sacadas de un vídeo ochentero de Robert Palmer— fue el primer guiño de granuja de otra época a la audiencia. Su banda, elegantemente trajeada entre el rock de etiqueta y el swing, otro. La luz clara que los hacía resaltar sobre el escenario blanco se encargaba de otorgar la estética perfecta, que iría mutando con varios cambios de vestuario. Se incluyó ahí un delirante traje amarillo y azul para interpretar Rhythm Of My Heart dedicada al pueblo ucraniano y su presidente Zelenski.
Nada de eso serviría sin que este hombre que está a semanas de cumplir 80 años —insistimos, 80 años— no diese la talla. En ese sentido, Stewart brilló como pocos pueden brillar con tantos kilómetros recorridos en la vida como él. Su voz rota y arenosa no es la de los setenta, claro está. Pero se mantiene razonablemente bien para poder disfrutarla. Resultó muy gozoso escucharlo cantar canciones eternas como Maggie May, Baby Jane, Forever Young (¡con un banjo añadido a la receta!) y Young Turks. En esta última dejó en un primer plano a las coristas para oxigenar su actuación. Luego, cantarían solas y estupendamente bien el I'm So Excited de The Pointer Sisters y el Proud Mary de la Creedence Clearwater Revival —a lo Tina Turner— antes de la traca final.
Y ahí estaba, el artista que otrora exhalaba una sexualidad canalla y un tanto macarra, echando el trasero hacia atrás, dominando la escena micro en mano y volviéndole a preguntar a su público Da Ya Think I'm Sexy? Y este, pese a saberse la película, no podía evitar sonreír lanzando besos desde las primeras filas mientras se disparaban balones de fútbol. Le siguió un Sailing formando como el capitán de barco comandando su tripulación femenina —como bien dijo el músico vigués Óscar Avendaño en sus redes sociales, recordando al programa ¡Ay qué calor!— y marcando un final un poco abrupto para unos fanes que querían (y merecían) más. Una pena, porque con tres o cuatro temas a mayores hubiera hecho aún más burbujeante la dicha de haber visto en Galicia a uno de los mitos imprescindibles de la historia del rock.