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Mary Oliver, la escritura como una alabanza de las pequeñas cosas

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

La autora estadounidense invita en sus ensayos y su poesía a buscar una buena vida reconectada con la belleza del mundo y la naturaleza; ahora llega a España su colección de textos «Vita longa»

29 ene 2025 . Actualizado a las 23:12 h.

No son buenos tiempos para lírica, como cantaba en un mal augurio la banda viguesa Golpes Bajos a comienzos de los años 80 del siglo pasado. Tampoco lo son para la naturaleza. Solo hay que mirar allende el Atlántico, y toparse con Donald Trump negando el cambio climático y tomando posesión como presidente de los Estados Unidos al grito de «perforar, perforar, perforar» como avance de lo que será su agenda energética. No parece un buen momento para reivindicar la filosofía del «inspector de ventiscas y diluvios» Henry David Thoreau. Ni la desobediencia civil ni la inmersión en los ritmos del bosque parece que vayan a calar en este impás de populismo y sordera. Aunque siempre queda alguien con sensibilidad y sabiduría especiales como la escritora y activista Angela Davis, que es capaz de que su voz se escuche entre tanto ruido llamando a mantener la lucha contra las injusticias: «Quiero que generemos entre todos —exhortó hace unos días— una esperanza colectiva que nos conduzca a un futuro mejor».

Es en ese discurso donde asoma la ilusión para reivindicar a Thoreau y sus díscolos pero permanentemente dispuestos hijos, una estirpe en la que la poeta Mary Oliver (Maple Heights, Ohio, 1935-Hobe Sound, Florida, 2019) siempre tendrá un lugar. Y es que el sello Errata Naturae lleva este lunes a las librerías españolas el hermoso volumen Vita longa, que reúne una colección de ensayos, poemas, semblanzas, recuerdos... y en el que la prosa se carga de lirismo —no puede ser de otra manera, como ella confiesa en un breve prólogo— para realizar una alabanza de las pequeñas cosas, para invitar al lector a buscar una buena vida reconectada con la belleza del mundo y la naturaleza. Su escritura, a veces con un brillo naíf, que no la afea, resulta cálida, empática —también para con los más indefensos de la Tierra, animales y plantas— y penetra como un océano calmo, sin esfuerzo, en las playas de la respuesta emocional del lector. Oliver, cual chamán en zapatillas, sacia la sed y cura las heridas con su escritura, que limpia además la mirada hasta que esta reenfoca el espacio próximo que merecen los otros seres en franca hermandad.