Sean Baker, cinco premios Óscar por «Anora» y su requiebro desde las tinieblas a la luminosa comedia
CULTURA

Adrien Brody, mejor actor por «The Brutalist», protagoniza la redención justamente escamoteada a Demi Moore por la euforizante Mikey Madison. «I´m Still Here», primer e histórico Óscar para Brasil
03 mar 2025 . Actualizado a las 15:09 h.El neoyorquino Sean Baker ha hecho saltar la banca de la 97ª edición de los Óscar. No tanto por el número de estatuillas recibidas por su película, Anora —han sido cinco, muy lejos de las 11 que llegaron a levantar superproducciones como Ben-Hur o Titanic— sino porque de ellas cuatro son personalmente para Baker, como director, productor, guionista y responsable del montaje de su filme. Solo Walt Disney hace ochenta años y el coreano Bong Joon Ho con Parásitos en el 2019 habían logrado antes en la historia de estos premios semejante triunfo individual. Este hecho no hace más que magnificar el mérito de Anora como película independiente, en la cual Baker se reencarna poco menos que en un renacentista autor total. Pero, además de ese cuarteto de ases, Anora redondeó la noche con lo que fue la única pero no menor sorpresa de la noche.
El Óscar a la mejor actriz, tan precipitadamente publicitado como la redención de Hollywood para con la Demi Moore de The Substance, dio el esquinazo a la que había elaborado su cuento de pobre dama triste, desdeñada como actriz palomitera. Y con plena justicia, el calvo se echó en brazos de Mikey Madison, la pletórica agonista de Anora, en el papel de una prostituta de la que se ha encaprichado el hijo de un oscuro magnate y gángster ruso. La joven actriz es el elemento capital que focaliza la amplia paleta de colores de la película de Sean Baker. Esta arranca con visos inquietantes, parece dar pistas de que nos aboca a una oscura sentina por el cine de la crueldad. Pero lleva dentro un zigzagueante turning point: un giro de guion que conduce inesperadamente al filme de Sean Baker hacia la comedia clásica norteamericana ya casi olvidada. Y aún hasta una nueva vuelta de tuerca que hace que Anora se eleve como cine de combate que entierra los postulados de la Norteamérica yuppi y neoliberal del pestilente cuento de hadas llamado Pretty Woman. Y que es capaz de reescribir, de un modo orgánico, la historia de un amor que no es ya cuento de hadas sino euforizante crónica de pobres amantes y orgulloso pulso que ganan los desheredados. Estas dimensiones de película descomunal de Anora ya fueron laureadas el pasado mes de mayo en Cannes. Y la convierten en la tercera en toda la Historia en ganar Palma de Oro y Óscar a la mejor película, hito solo logrado en 1955 por Marty, de Delbert Mann, y por Bong Joon Ho con Parásitos.













































































Únicamente esté pináculo al que se encarama Anora explica y hasta hace razonable que otro filme esencial, de los que sabes indeleble, como es The Brutalist, se vea preterida en el reparto de premios. En cualquier otra edición hubiera sido inaceptable que Brady Corbett no se viese reconocido como mejor director o The Brutalist como película del año. El drama de Corbett sobre el arquitecto húngaro sobreviviente a los campos nazis para luchar por el sueño americano que se revierte en pesadilla alcanza un merecido Óscar por la interpretación vertebral y doliente de Adrien Brody. La noche en el Dolby Theatre sufrió así una paradoja justa pero con un punto de crueldad. Se aguardaba la ceremonia del resurgimiento de las cenizas de Demi Moore, con esa metáfora gore sobre la rebeldía femenina frente a la esclavitud de la edad que contiene The Substance. Porque a Hollywood le entusiasman estos vuelos del fénix.
Y, en efecto, hubo resurrección. Pero el renacimiento no fue el de la actriz sino el de este Adrien Brody que parecía llamado a ser el actor de su tiempo cuando recibió en el 2002 el Óscar por El pianista. Y que, sin embargo, como en un bucle o en una maldición, cayó en un fangal del cual mejor no recordar sus huellas —llegó a protagonizar en España la nefanda Manolete junto a Penélope Cruz— y cuya dureza dejó expresada en su discurso: «Independientemente de lo que hayas logrado, todo puede desaparecer de pronto. Soy muy consciente de esto». The Brutalist vio también reconocido el complejo trabajo visual que alcanza cotas que van de la luz creativa a la pesadilla con el Óscar a la mejor fotografía. Y la sutileza de su banda sonora supone el primer oro de la Academia para el británico Daniel Blumberg. Esos tres Óscars permiten así que la eminencia de la película levantada a pulso por Brady Corbett salga con bien del choque nocturno con un iceberg enorme que supone competir con la cenital Anora.

Unos premios casi impecables que olvidan a Jeremy Strong
Después de las cercanas ceremonias de Óscar de años recientes, en las que Hollywood parecía desmigajarse al coronar a la nadería CODA o a la no-pelicula tiktokera Todo a la vez en todas partes, este 2025 parece devolver la cordura del cine magnífico, notable o, cuando menos, adulto. El anunciado castigo a Emilia Pérez por el pasado bocón, racista y memo de Karla Sofía Gascón se ejecutó: la Academia salvó de la quema a la querida y comercialmente valiosa Zoe Saldaña con su Óscar como mejor actriz secundaria y el de mejor canción para El Mal, que también ella focaliza. Y de las otras diez candidaturas, ni una raspa. A Gascón le reservaron butaca pero no le abrieron paso en la alfombra roja. Entró por la puerta de servicio. El premio a mejor película de habla no inglesa fue el crochet más duro para el film de Jacques Audiard. Los brasileños hicieron muy bien este mes su labor de zapa, presentaron la candidatura de Ainda estou aquí, una sensible y medida historia que habla de los desaparecidos en la dictadura militar y la centra en el caso real de un político e intelectual asesinado y en la perseverancia en la búsqueda que acomete su mujer. A mayores, Fernanda Torres está soberbia en ese papel. Y lo que Walter Salles no logró en 1998 con Estación Central do Brasil le llegó ahora. El primer Óscar logrado por su país, tan lejos de Hollywood y de Dios y tan cerca del circo tele evangelista y de los aspirantes a suceder a Bolsonaro.
El resto de los premios no desentonan con el nivel de cine excelente de los Óscar principales. La algo inflada Cónclave no desmerece ese Óscar al guion adaptado por los enredos en los sótanos del Vaticano y ese touch final inclusivo que a mí me divierte y a algunos les parece una pajarada. Kieran Culkin está realmente inspirado como el sardónico e hiriente colgado de la estimulante A Real Paine, por la que se llevó el premio como mejor secundario. Pero lo que alcanza Jeremy Strong reencarnando a Roy Cohn, uno de los dos o tres villanos basales del siglo XX norteamericano en The Apprentice es insuperable. Y lo dejaron ir de vacío, como a la película, que es un opulento ejercicio descriptivo de las mocedades trumpistas del mal que ahora a todos nos preocupa.
La elección de Flow como mejor película de animación me hace pensar en qué le pueden encontrar de placentero a una espartana pantalla donde los dibus, perros y gatos, ni siquiera hablan. Los Óscar estéticos para el musical Wicked (diseño de producción y vestuario) me son tan indiferentes como todo ese carnaval más allá del arco iris. Y lo mismo me sucede con los Óscar al sonido y los efectos especiales para Dune Parte II. Tras sufrir el estruendo y la nada de la Parte I en un pase dantesco en Venecia que nunca olvidaré ya me ocupé esta vez de estar muy lejos para no escuchar la ensordecedora fanfarria ni ver a los megagusanos en la arena.
Y qué decir del chivato de Timothèe Chalamet. Al respecto, si se fijan en un plano general del patio de butacas del Dolby Theatre, les llamará inevitablemente la atención una mancha amarilla y pinturera en la fila dos. Es Chalamet, que se vino arriba con las ganas de llamar la atención y percibió que ir vestido de limonero era una buena idea. Lucía un bigotillo como recuperado de La Codorniz. Y estaba crecido tras el premio por su Bob Dylan en el Sindicato de Actores, donde soltó hace una semana un discurso de illuminati. No oculto mi repulsa por su persona. Aún chavalín, se lanzó en redes sociales a la yugular de Woody Allen cuando el tercer intento de linchamiento acaudillado por Mia Farrow. En Un completo desconocido creo que no lo hace mal. Soy consciente de que aunque esta vez haya perdido, su Óscar está madurando. Solo espero que le toque quince años después de lo que fue ya larga espera de Leo Di Caprio.




























































































































Palestina, Gene Hackman y la emoción
Debe de ser que cuando sucede eso tan raro de que te gusten las películas que se llevan los Óscar todo lo demás te hace más gracia o te sensibiliza. Los números musicales —si excluyo la obertura pelma de Ariana Grande y Cynthya Erivo— me pareció que recuperaban cierto fulgor de antaño. El dedicado a James Bond incluyó una aparición muy especial de Margaret Qualley, como si se abriese la posibilidad de que ella fuera la heredera del muertito 007. Por cierto, vi a Qualley y luego a la triunfadora exultante Mikey Madison. ¿Han reparado en que a ambas las descubrió Quentin Tarantino? ¿Qué eran dos de las chicas Manson de Érase una vez en Hollywood? Me gustó —como siempre— ver a Tarantino y notarle entusiasmado al darle el Óscar a Sean Baker. Como sentir que Mick Jagger aún tiene humor para acercarse a un escenario y reírse recordando que él es más joven que Bob Dylan, mientras miraba a Chalamet, que para ese momento se había convertido ya en rookie o diana del cenáculo.
El Óscar como mejor documental a No Other's Land, trabajo colectivo de cineastas palestinos e israelíes que narra la opresión a la población en Cisjordania, tiene mucho valor porque demuestra que el núcleo duro del poderoso lobby sionista en Hollywood va perdiendo peso a medida que la Academia se descentraliza. Y permite que sus dos autores tomen el micro y pidan «acabar con la limpieza étnica del pueblo palestino y con la destrucción de Gaza». Y, aún más, espeten a los presentes «que la política exterior de los Estados Unidos ayuda a bloquear el camino de la paz». Llegan a hacer eso en la Berlinale y duermen en el calabozo. Porque, en general, el tono de las reivindicaciones políticas durante la gala fue tibio, tirando a tieso. Apareció Daryl Hannah, celebrando los veinte años de Kill Bill 2 y su petición de ayuda para Ucrania sonó a desafuero de una outsider. Zoe Saldaña recordó que ella era hija de inmigrantes y la primera de origen dominicano en ganar un Óscar.
Un poco más atrevido estuvo el conductor de la gala, el veterano de mil batallas Conan O'Brien. A raíz del Óscar ganado por el film de animación Flow, primer Óscar obtenido por Letonia, repitió hasta en dos ocasiones: «Letonia, la pelota está ahora en tu tejado», emulación sarcástica de la admonición de Trump a Zelenski. Luego, cuando Anora iba sumando premios, a la vista de que los villanos del film de Sean Baker son matones y oligarcas rusos, apuntó O'Brien: «Alguien se levanta por fin contra los poderosos rusos». Hubo ovación y vuelta al ruedo. O'Brien, ya hacia el final de la gala, hizo saber a los espectadores que «si seguís ahí, disfrutando de la gala, es que tenéis eso llamado síndrome de Estocolmo». También dio paso a un heroico jefe del servicio de bomberos de Los Ángeles, idolatrados tras sus esfuerzos en los incendios de este invierno. Y el bombero mostró buenas artes como cómico cuando anunció su deseo de «mostrar mi solidaridad con alguien que está aquí y que perdió su casa. Los productores de Joker 2».
Me emocionó en el momento de los In Memoriam ver a Morgan Freeman aparecer para recordar lo importante que para tantos fue Gene Hackman. Rememoré mi cabreo poco indescriptible cuando en 1989 se le negó el Óscar a Hackman en Arde Mississippi para regalárselo a Dustin Hoffman por una cosa llamada Rain Man. Para el minuto final, alguien del equipo de guionistas de la gala tuvo la excelente idea de reunir a Meg Ryan y Billy Chrystal, la pareja de Cuando Harry encontró a Sally, para que leyeran la película ganadora. Chrystal ha sido el mejor presentador en la historia de estos premios. Nunca entendí su despido. Él tampoco. De esa pareja y esa película, protagonistas en una cafetería del orgasmo femenino más follonero que recuerde el cine norteamericano, solo se podía esperar una sorpresa con final feliz. Meg Ryan abrió el sobre y dijo Anora. Y se desbordó el champagne.
Lista completa de los ganadores de los premios Óscar 2025
Mejor película: Anora
Mejor dirección: Sean Baker, por Anora
Mejor actriz: Mikey Madison, por Anora
Mejor Actor: Adrien Brody, por The Brutalist
Mejor actriz de reparto: Zoe Saldaña, por Emilia Pérez
Mejor actor de reparto: Kieran Culkin, por A Real Pain
Mejor guion original: Sean Baker, por Anora
Mejor guion adaptado: Peter Straughan, por Cónclave
Mejor película internacional: Aún estoy aquí, de Walter Salles (Brasil)
Mejor película de animación: Flow, un mundo que salvar
Mejor largometraje documental: No other land
Mejor fotografía: Lol Crawley, por The Brutalist
Mejor montaje: Sean Baker, por Anora
Mejor diseño de vestuario: Paul Tezewell, por Wicked
Mejor banda sonora: Daniel Blumberg, por The Brutalist
Mejor canción: Clément Cucol, Camille y Jacques Audiard, por El mal, de Emilia Pérez
Mejor dirección de producción: Craig Lathrop y Beatrice Brentnerová, por Wicked
Mejor sonido: Gareh John, Richard King, Ron Bartlett y Doug Hemphill, por Dune: Parte dos
Mejores efectos especiales: Paul Lambert, Stephen JAmes, Rhys Salcombe y Gerd Nefzer, por Dune: Parte dos
Mejor maquillaje y peluquería: Pierre-Olivier Persin, Stépahinie Guillon y Marilyne Scarselli, por La sustancia
Mejor corto: I'm not a robot
Mejor corta de animación: In the shadow of the cypress
Mejor corto documental: The only girl in the orchestra