
EL GRAN DERBI Le puso chicle a un balón largo para pegarlo al pie, aparentó maltratar al esférico con un taconazo mágico y horneó una rosquilla perfecta que el efecto alojó entre Pinto y el travesaño. Riazor sacó el pañuelo para jalear el gol de un maestro. Djalminha fue ayer el milímetro de más en esa cinta métrica que decidió el pulso entre el Deportivo y el Celta. Un pulso que Víctor Fernández consiguió mantener gracias a un conservador pero eficaz planteamiento defensivo con el que logró sobreponerse a las cuantiosas bajas celestes en la zaga.
27 nov 2000 . Actualizado a las 06:00 h.El Deportivo quiso poner el juego, pero no vio luz entre la tupida amalgama celtiña hasta que el brasileño rompió la telaraña a base de talento. Su primer aviso, esa inteligencia en forma de rabona que Turu no remató. Djalminha y el orden vigués fueron dos claves del partido. La otra, el penalti marrado por el propio Turu antes del descanso. El argentino tenía muy claro que era él quien hacía funcionar el amuleto del Dépor. «La historia se repite. Turu volverá a ser decisivo», sentenció la grada. El delantero no quiso dejar aire entre el balón y su cuerpo. Se pegó como una lapa al punto de penalti, tomó aliento, escoró la cintura y sacó un disparo seco y alto que se perdió junto al poste izquierdo de Pinto. Riazor perdía un talismán y el Celta respiraba. Sorprendió Víctor Fernández al alinear cinco defensas, pero la idea le funcionó. El primer tiempo fue para el Dépor por dominio. Los coruñeses manejaban el partido en la medular, pero no conectaban con Tristán. La línea adelantada celeste mantenía a raya a los coruñeses, que no mordían. De hecho, las ocasiones no existieron durante la primera media hora. Si el partido no tuviese la tensión propia del derbi, el público habría necesitado cubatas de nandrolona para superar el tedio. La defensa adelantada del Celta incomodaba a los coruñeses, obligados a retrasar constantemente el juego. Los celestes trataban de explotar una todavía tímida contra, buscando la velocidad de López y Karpin, con un Mostovoi algo más descentrado. El Dépor respondía con la misma moneda, una zaga adelantada que concentraba el juego en escasos metros y teñía de centrocampismo la noche de Riazor. Los de casa encontraron vías hacia el área en el minuto 35. Valerón dinamizaba el ataque, que empezaba a ser eficaz, con triangulaciones al borde del área. La resistencia celtiña parecía ceder y llegó el penalti que Turu echó fuera. Pero es que un derbi es, por definición, raro, absurdo. Que se lo pregunten si no a Naybet, capaz de improvisar un melón para Molina desde el área contraria. ¡Saque de banda a favor del conjunto vigués! (sigue en la página siguiente)