La afición celeste abandonó ayer Balaídos con la sensación de haber visto una jugada en medio de un oasis. Fueron unos segundos tan sólo.
05 oct 2001 . Actualizado a las 07:00 h.Pero valiosos porque conceden un punto y porque afloraron en medio del tedio en que la maraña de jugadores que poblaron el centro del campo convirtió un choque catalogado como único, en uno ramplón. Sólo en un instante afloró el talento que atesoraban los protagonistas. Sucedió cuando a la calidad de Zvonimir Boban se unió el instinto asesino de Florian Maurice. El croata había dejado cuatro pinceladas de talento en la primera parte. Casi siempre cayendo a las bandas, lejos de las fauces del voraz Albelda, que acechaba a la espera de una presa de tantos quilates. Y en una de sus apariciones por la izquierda inventó un centro imposible. Llegó a la línea de fondo y con el exterior de su pie derecho envió el balón al punto de penalti. Y allí, otro escorzo de un recién salido Maurice, también con la pierna cambiada, envió un misil a la portería de Cañizares. El resto apenas vale la pena contarlo, salvo un puñado de duelos a la altura de lo esperado. Albelda contra todos, amparado por la permisividad de Carmona Méndez. La pizarra indicaba antes del partido que en la media punta del Celta se movería Boban, de puntillas por un campo minado por Albelda. Pero todo el que pasó por el balcón del área fue despeñado por el pivote levantino. El angelito valencianista se queja de que casi todo el mundo le colocó el cartel de leñero demasiado pronto. Pero se lo ha ganado a pulso, como demostró en la primera parte de ayer. En la primera jugada cazó por detrás a Boban y vio una tarjeta amarilla. Luego pasó por allí Peter Luccin y corrió igual suerte. Y, en tercer lugar, le tocó a Edu, pero quien acabó viendo el cartón fue Víctor Fernández por protestar. ¿La culpa?. De Albelda y de arbitrajes contemplativos, cotemporizadores y diplomáticos con penosos efectos colaterales. El infractor casi siempre tiene carta blanca para intimidar y aprovechar una lectura torticera del reglamento. Tuvo que ver la segunda tarjeta amarilla a los pocos minutos, pero parece que las expulsiones sólo pueden llegar al final. Vicente le insiste a Velasco que no es Vicentín. Vicente Rodríguez Guillén no soporta que le llamen Vicentín. Lo dijo mil y una veces, pero alguien se inventó el diminutivo y todos acudieron a repetirlo. Sin embargo, el habilidoso extremo valenciano se sacude el apelativo cariñoso jugando con un arrojo más propio de un veterano que de un chaval con veinte años recién cumplidos. Ayer se lo demostró en el estadio de Balaídos a su compañero de selección Juan Velasco y al recambio de emergencia que fue Sergio Fernández como lateral en la segunda parte. El carrilero sevillano es uno de los laterales más incómodos de la Liga. Pero por su zona caían Vicente, Juan Sánchez y en ocasiones Curro Torres. Casi nadie acudió en su ayuda y Vicente lo aprovechó para liar una gorda. En su primera llegada metió un envenenado balón que Juan Sánchez convirtió en el cero a uno para el Valencia. Y al poco rato volvió a caer por la banda zurda y calcó la jugada. Aunque ahora Sánchez dejó pasar el balón y Salva lo estampó en el pecho de Pinto. Todo un alivio. En el descanso, Víctor vio que algo fallaba y sacrificó a Sergio para tapar ese flanco. Catanha nunca pudo con Djukic y Pellegrino. Anda flojo Henrique Catanha. Salió del vestuario y se encontró con Djukic y Pellegrino. Algo no casaba, porque el Valencia llegaba a la ciudad de Vigo con un equipo calificado por algunos de circunstancias. Pero aquello no era una defensa de circunstancias y apenas le dejaron margen de maniobra. El delnatero hispano-brasileño estuvo bastante perdido entre los dos efectivos centrales del conjunto valencianista. Acabó incluso buscando acomodo en las bandas, lejos de la zona donde hace daño, quizá herido por la fortuna en el remate de su compañero Maurice.