José Antonio Camacho se presentó como el látigo de la furia. Pero se convirtió en un eslabón más en la carrera española de decepciones, otro nombre en la lista de seleccionadores superados por las circunstancias. Más allá de los errores arbitrales, de las supuestas tramas internas de la Fifa (esa Cía del fútbol) y de ordenadas mareas rojas, Camacho debe asumir su dosis de culpabilidad en este torneo, la joya de la corona de las ocasiones perdidas en el amplio repertorio de la selección : desaprovechar el camino más despejado que jamás se le presentó a España en una Copa del Mundo. ¿Cómo? Con sus reiteradas equivocaciones en los cambios, sus errores en la colocación de sus peones y su falta de soluciones ante la adversidad. Pero además, la resaca mundialista se multiplica gracias a la sensación de que el técnico en cierto sentido se ha traicionado a sí mismo. La paradoja de que la filosofía de la testosterona del de Cieza se redujo al sudor agitado a base de mala leche. La sospecha de que la mayor batalla del juego del combinado español se vivió en las axilas del seleccionador. La desconfianza de que el tan manido ímpetu del Qué macho Camacho era sólo pose. Un cascarón engañoso para ocultar el fracaso de siempre. Las incongruencias de banquillo no son una novedad para el seleccionador. El veto irrazonable a Molina desde que su implacable sustitución por Cañizares en Mundial de Francia y la renuncia a un Sergi inspirado ante Francia en la última Eurocopa en beneficio de Aranzabal (la explicación, más altura para combatir a los galos) lo demuestran. En esta ocasión el conjunto no se vio asfixiado en la primera fase por las típicas urgencias tradicionales en la trayectoria española. Incluso Camacho disfrutó de un partido extra ante Sudáfrica para engrasar su escuadra con la tranquilidad de llevar en el bolsillo el pasaporte a octavos. No sirvió para atenuar la percepción de España como un puñado de individualidades, lenta en defensa y encomendada a Raúl y a la reanimada inspiración de Morientes en ataque. Porque en el centro del campo Valerón acusó el destierro de su posición demasiado retrasada y Baraja a menudo se vio desbordado por tener que asumir todo el peso de la zona ancha, estabilizada puntualmente con las visitas de Helguera. Pero Camacho incluso cometió un error de libro para un entrenador: realizar un cambio justo antes de un saque de esquina del equipo contrario. Había admitido que uno de los puntos débiles de su equipo era el excesivo número de tantos recibidos a balón parado. Pero él mismo contribuyó al desbarajuste cuando ante Sudáfrica cambió a Albelda por Sergio cuando ya se había señalado el córner a favor de los Bafana Bafana. La combinación de factores finalizó con un gol de Radebe. Pero la cumbre de su cuestionable gestión del banquillo de la selección se alcanzó contra Irlanda. En primer lugar, el cuadro no supo manejar un marcador favorable y se abandonó al 1-0. Y después llegaron los cambios. Albelda, que ya estaba lesionado cuando pisó Corea, entró por Morientes. El valencianista no aportó nada y dejó al equipo con diez en la prórroga. Sin el Moro por decisión técnica y sin Raúl por problemas físicos. Aunque en realidad la selección se quedó con nueve en el tiempo extra. No se podía reemplazar a un Luis Enrique fundido, obligado a deambular por el área irlandesa porque sus piernas rechazaban distancias mayores. Estaban agotados los cambios y los jugadores. Por no decir que Helguera y Hierro estaban cansados de lidiar con Quinn. Nadal parecía el llamado a pararle la cabeza al gigante y Helguera destinado a reforzar el centro del campo. Pero no. De no haber sido por Casillas, España hubiera sido el precedente de la Italia que cayó ante los coreanos (árbitros aparte) con las cicateras decisiones de Trapattoni. Precisamente ante Corea el seleccionador insistió con su intento de que la resurrección de Mendieta para el fútbol se produjese justo en este Mundial, como si no se conformara con la fortuna del resurgimiento de Morientes. El jugador lazial entró en el terreno de juego en el minuto 69 para arrastrar al equipo carencias ya conocidas: falta de criterio y lentitud. El vasco en la prórroga parecía encontrarse en peores condiciones que la mayoría de sus compañeros que habían disputado más de una hora más de encuentro que él. Contra los asiáticos Camacho sí acertó con la titularidad de Joaquín, demandada por vía popular en anteriores choques, pero después permitió que el andaluz lanzara uno de los penaltis que se interponían entre España y las históricas semifinales. El bético quería hacerlo y Camacho obvió la inexperiencia internacional del jugador y su lamentable estado físico para permitírselo. Después salió a la luz que varios de sus compañeros se negaron a enfrentarse a los once metros. Tampoco entonces se transmitió ni se impuso el supuesto carácter del seleccionador. Y se repitió la historia. El sudor de Camacho fue la metáfora de la superioridad de España. Se le supone. Simple pose para la galería. Algo intangible en las vitrinas.