El Breogán bordó el baloncesto y arrancó el tercer triunfo seguido ante el Lleida
16 nov 2002 . Actualizado a las 06:00 h.Delicioso espectáculo, puro baloncesto, de aquel que parecía haberse escapado de las cuatro paredes de ojos grandes en las esquinas del Universitario en los últimos tiempos. El Breogán se fue ayer al parón liguero en la senda de los grandes, dando continuidad a la deliciosa velada del Saporta una semana antes para sumar su tercer triunfo consecutivo en la ACB. A finales de mes, en el Centro Insular, tendrá la oportunidad de igualar su mejor registro positivo desde el ascenso. En el año del mejor Bonner y su prolongación una campaña más tarde fue capaz de sumar cuatro triunfos consecutivos, pero de ahí no pasó. Casadevall sigue dando muestras de que conoce el terreno que pisa. Diseñó el partido que le convenía y no encontró respuesta: orden en defensa, transiciones rápidas y mucha presión sobre Laso, un veteranísimo que no está ya para muchos trotes, pero era el único base de fundamento del Caprabo ante las lesiones de Grimau y Comas. La superioridad física de los directores de juego celestes llevó al conjunto local a diez minutos -a caballo entre los dos primeros cuartos- sencillamente magistrales. Rodríguez sigue tocado por una varita mágica y Gomis es un portento que ridiculizó a un Laso que no merecía tal castigo, por su brillante carrera. Hubo más acciones para el disfrute. Racca se acordó por fin de aquel Batman colosal que, vestido de amarillo, se colgaba de las galaxias en Las Palmas. La zona leridana saltó por los aires con el acierto desde la línea exterior del Leche Río -para ser una estrella o un líder no hay que destacar en este o aquel partido, simplemente basta con comportarse como Sanmartín este año-. Esa intensidad para desmontar al gran Caprabo la contagió, como en Madrid, Garcés desde su cueva . Su concentración le condujo de nuevo a firmar una tarjeta que no reflejó en números lo que ofreció en rendimiento. El rebote defensivo fue de los locales en gran medida por su culpa. Otro obstáculo insalvable para los catalanes. Todo marchaba sobre ruedas. El maravilloso equilibrio que mostraba por segunda vez consecutiva el bloque local encontraba la contestación precisa en el público, que alcanzó la adecuada comunión con los que trabajaban a pie de pista. Se recuperó la magia del día del ascenso, ese hálito mítico de las grandes tardes. El Lleida se desmontaba (36-14), pero el frenesí paró para coger carrerilla en el minuto catorce. Davis sufrió un fuerte esguince y un sudor frió recorrió la espalda de los cinco mil aficionados, como si se sintieran culpables de montar aquella fiesta mientras uno de sus héroes caía en la refriega. Fue la misma escena, pero vivida en primera persona, que la campaña pasada, cuando Sallier se desplomaba en la zona celeste tras sufrir una grave lesión. El Caprabo aprovechó esa nocturnidad para reivindicar algo de protagonismo. Casadevall mandó parar. Y vuelta a empezar. Resultado: 72-43 un cuarto y pico después. Sus chicos volvieron a lograr que el equipo más constante de la ACB pareciera desmotivado y deprimido. Álvarez y Bosch maquillaron los guarismos de la revelación de la pasada Liga. El Breo tuvo tiempo hasta de rendir homenaje a Santana y Ruiz de Galarreta. El baloncesto volvió ayer a casa. A su casa. Al refugio de las bufandas celestes. Antes de Navidad. Que se quede. Para siempre.