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Caneda, entre la espalda y la pared

Fernando Hidalgo Urizar
Fernando Hidalgo A CORUÑA

DEPORTES

El dirigente santiagués se ha atrincherado bajo la bandera de la entidad y aguanta con tozudez el acoso de partidos políticos, Hacienda, afición, plantilla y acreedores en general

17 nov 2002 . Actualizado a las 06:00 h.

Lejos quedan los días de vino y rosas de José María Caneda al frente del Compostela. Ese hombre campechano que gozó de la simpatía del fútbol español y que fue capaz de convertir una calabaza de Tercera en una carroza de Primera División está ahora en apuros. Se ha atrincherado bajo la bandera de la SD y desde ella dispara a los cuatro vientos contra todo lo que se mueve. Viejos amigos, antiguos aliados, nuevos enemigos... Son legión los que enarbolan el «Caneda vete ya» que la Peña Changos canta en cada partido en las desiertas gradas de San Lázaro. El Ayuntamiento, PP, BNG y PSOE, la plantilla, parte de la afición, Hacienda y Seguridad Social acosan a este personaje. Atrapado en su vehemencia, herido en su orgullo, Caneda está contra las cuerdas. Resulta curioso, pero la era de las patacas minutas comenzó en el mismo punto en el que ahora se encuentra el Compostela. Caneda, hace 17 años, entró a formar parte de una junta gestora que se formó para superar una situación grave. El club malvivía en la Tercera División y las crónicas de la época reflejaban que ya por aquel entonces la plantilla se encerraba y se organizaban colectas para aliviar las arcas santiaguesas. ¡Tanto caminar para llegar al mismo punto de partida! Estamos en el 2002 y sólo una cosa ha variado, el número de ceros de las deudas. Pero con Caneda no siempre hubo números rojos. Precisamente, con él al frente de la entidad se cuadró la contabilidad. Y la calabaza comenzó a transformarse en carroza. Creó una estructura de cantera, fichó a Fernando Castro Santos y desde la Tercera División se llegó a la Primera. ¡Increíble! Un club modesto, con escaso seguimiento en la ciudad, con un presidente sin relevancia social, fue capaz de subirse a las barbas de los grandes. Con Fernando Vázquez en el banquillo llegó el delirio. El Compos se proclamó subcampeón de invierno en la campaña 95/96 y se hizo con un hueco en el corazón del fútbol español. Todo iba viento en popa y para entonces ya había asomado esa fiera que Caneda lleva dentro. Su relación con el Nécora (Castro Santos) acabó como el rosario de la aurora. Con Fernando Vázquez, pasó otro tanto. Se aficionó a dar consejos técnicos a sus entrenadores y fue portada de los periódicos gracias a su desbocada personalidad. Lo mismo sufría una lipotimia en el palco que atacaba a los árbitros, a sus jugadores, a la Federación o protagonizaba uno de los esperpentos más grandes de la historia del fútbol español ante Jesús Gil. Pero un día, el Compos descendió. Y la historia dio un brusco giro, ya con Caneda como presidente profesional que cobraba un millón de pesetas al mes. Y entonces se vino abajo una leyenda que circulaba por Santiago. Se decía que Caneda sólo necesitaba 60 segundos, un lápiz y una servilleta de papel para elaborar el presupuesto del Compos. «Menos aún», decía él. La realidad nos ha dicho que de donde no hay, no se puede sacar. Y empezaron sus problemas. Caneda, cero en protocolo y relaciones públicas, no supo llevar la crisis y fue aumentando su número de enemigos de forma directamente proporcional al incremento de la deuda. Sus deseos de no ser derrotado le han llevado, incluso, a aliarse con el diablo. Hasta el punto de que ha encontrado en el portugués Alipio Fernandes una tabla de salvación, a pesar de las sombras que se ciernen sobre el personaje en cuestión. Pero no se rinde, José María Caneda apura los que parecen sus últimos tragos al frente de la Sociedad Deportiva Compostela. Incluso, ha logrado un consenso imposible alrededor de su persona. Los tres partidos del Ayuntamiento reclaman su marcha y han pedido la celebración de una Junta de Accionistas en la que se procedería a la destitución del Consejo de Administración actual y la formación de uno nuevo. El presidente aguanta en su calabaza y tal vez sueña con volver a tener una carroza en la que pasearse delante de las narices de todos aquellos que piden su cabeza. «Me iré, pero no cuando ellos quieran. Me iré cuando yo lo decida», dijo en una ocasión. Pero acuciado por una deuda de más de siete millones de euros, los tiempos del Canedismo se mueren. Cuando Caneda acuñó una de sus más célebres y disparatadas frases jamás pensó que podría aplicarlas a sí mismo. Hoy en día, efectivamente, está entre la espalda y la pared.