«Phelps domina el agua como ningún otro hombre lo ha hecho desde Moisés», ha exaltado Paul McMullen, biógrafo de La Bala de Baltimore .
Empleando palabras menos mesiánicas, explica lo mismo quien mejor conoce a Phelps, Bob Bowman, su entrenador desde los 11 años: «Hemos tenido mucha suerte de que Michael practicara este deporte. Tiene un torso muy largo, y unos brazos muy largos en relación con su cuerpo, pues posee más envergadura que altura, lo cual es muy importante. Tiene una flexibilidad excelente en sus hombros, en la parte superior de su cuerpo, en los tobillos.... Únicamente carece de flexibilidad en sus isquiotibiales [los tres músculos que cubren la parte posterior del muslo], lo que para nadar no tiene ninguna importancia. Además, su cuerpo es muy plano y ancho, es como una balsa, flota bien. Estaba hecho para nadar. Lo pude ver cuando tenía 11 años».
La balsa y sus remos
Como una balsa. Así es Michael Phelps dentro del agua. Fuera de la piscina, su apariencia es la de un tipo desgarbado, desproporcionado. Si se le realiza un fugaz escáner visual, lo primero que sorprende (más incluso que sus grandes orejas) son sus piernas, cortas en relación con su torso, asimétrico y anormalmente largo. De hecho, usa dos tallas menos de pantalón que el atleta marroquí El Guerrouj, quien mide 19 centímetros menos que el nadador estadounidense que aspira a hacer trizas el récord de Spitz. La balsa la mueven dos remos, sus brazos: este tallo de 1,93 metros de altura tiene una envergadura de 2,04. No es la del legendario nadador alemán Michael Gross, apodado El Albatros por sus 2,11 de envergadura, pero el germano era siete centímetros más alto.
Miles de horas en la piscina han proporcionado a La Bala de Baltimore habilidad para hiperextender codos, rodillas y tobillos. De paso, han perfeccionado su motor , como explica Bowman: «En la pubertad, con entrenamiento, los niños aumentan el tamaño de su corazón y los pulmones de una forma más sustancial que después de la pubertad. Y cuanto más corazón y pulmones, más motor».
Ancestros galeses
El nadador de origen celta (los ancestros de Michael son galeses) es un yonqui del entrenamiento, lo que le obliga a consumir entre 7.000 y 10.000 calorías diarias (lo recomendado para una persona normal son 1.500 por día). Cuenta su biógrafo McMullen que entre los Juegos de Sídney y los de Atenas solo descansó tres días: uno en el 2002 porque una tormenta de nieve cerró la piscina en la que se entrenaba y dos en 2003 porque le extrajeron una muela del juicio. Contando las carreras, Michael trabajó en el agua 550 veces al año entre esos dos Juegos, lo que supone unos 14.500 kilómetros (la Muralla china mide 6.000 kilómetros).
Entre sus cualidades naturales, una de las más destacadas es su capacidad de recuperación. En el 2003, el director de Fisiología del equipo estadounidense, Genadijus Sokolovas, midió el ácido láctico de Phelps tras una prueba en la que batió el récord mundial de 200 mariposa. El ácido láctico es una sustancia producida por el organismo que afecta al ejercicio, causando la aparición de fatiga y dolores musculares durante y tras la realización de un esfuerzo. Sokolovas había estudiado a 5.000 nadadores de alto nivel durante veinte años y ninguno de ellos había dado una tasa menor de 10 milimoles por litro de sangre después de un esfuerzo comparable. Sokolovas se quedó epatado cuando vio la tasa de Phelps tras su récord: 5,6 milimoles. Eso significa que sus músculos se recuperan del esfuerzo considerablemente más rápido que los del resto. De este modo se explica lo que La Bala de Baltimore consiguió el 25 de julio del 2003 en Barcelona, cuando batió el récord del mundo de 100 mariposa y, 45 minutos después, el de 200 estilos. Fue la primera vez que un hombre superó dos récords de natación de diferentes distancias en el mismo día.
Aunque portentosas, sus cualidades físicas no explican del todo el fenómeno Phelps. Lleva el triunfo marcado a fuego en el cerebro. Una frase del propio interesado deja en bañador cualquier metáfora: «A todo el mundo le encanta ganar. Yo odio perder». La competencia le pone. Su pique con Ian Crocker en los 100 mariposa viene de largo, del 2003, y es una especie de Federer-Nadal trasladado a la piscina. La presión de Ryan Lotche en los 200 metros y 400 metros estilos han sacado al mejor Phelps (dos récords del mundo en sus duelos en los trials yanquis) de la historia.
Historia quiere hacer este portento de 23 años al que de niño le diagnosticaron trastorno de déficit de atención e hiperactividad. A los 13 años propuso a su madre dejar la medicación y esta aceptó. Desde antes es hiperactivo en la piscina: en estos Juegos podría llegar a nadar hasta 20 pruebas en 9 días, una barbaridad. En Pekín, prepárense para el Phelpstival . Empieza el sábado.