Ferrero se reivindica en la Copa Davis

José Manuel Cuellar

DEPORTES

13 jul 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

«Que venga Juanqui», dijo Costa. Y aquel guerrero desaparecido emergió del mismo infierno, entre las brumas del tremendo calor que acosaba el ruedo, casi fantasmal. Y Juan Carlos Ferrero, el tenista perdido, un jugador al que sacaron casi de las vacaciones, se fue hacia Andreas Beck y le tumbó de un papirotazo, como Aquiles al mejor de sus rivales. Ferrero volvió de la nada para salvar a su equipo y a su país del desastre después de que Verdasco perdiese y la eliminatoria ante Alemania quedara empatada a dos. Pero Costa tenía un as en la manga y todos los que están en el circuito sabían que era un arma secreta tremenda. Con salud y su potencial recuperado, Ferrero es más jugador que todos los que hay aquí. No en vano ha sido número uno, que no es ninguna tontería. Sin perder tiempo se puso a la tarea y en un pis pas destrozó a Beck, que es un don nadie a su lado. Ferrero lo tiene todo, saque, velocidad de bola, destreza para abrir ángulos y mover al gigantón de 1,90; y talento, mucho talento en cada golpe que da. En realidad, Beck tenía poco que hacer. Incluso cuando pudo recuperar algunos de los servicios que perdió, la plaza respiraba tranquila porque enseguida volvía el Mosquito para picar al grandote. Le bastaba con hacer el abanico para que Beck, demasiado alto para hacer unos movimientos laterales rápidos, respondiese. Seguro de si mismo A medida que el gigante se iba desmoronando ante la derecha tremenda del español, la plaza se levantaba eufórica. Ferrero, muy seguro de sí mismo desde antes incluso de empezar la eliminatoria, iba acortando terreno y el alemán ya estaba entre la espada y la pared en cada golpe, muy presionado por todo, por la bola, que le llegaba muy rápida, por el calor, que le asfixiaba, por el ambiente, que le agobiaba. Al final, el español le derribó sin un atisbo de duda. Ferrero ha vuelto. Tenemos más héroes que el dios de la isla... Antes había perdido Verdasco en un partido tremendo, heroico por parte de los dos. Fer había jugado seis horas y media en los dos partidos anteriores, y cuatro horas más ayer. Diez horas y media en tres días, a 40 grados y con mucha intensidad en casi todos los puntos. Fue todo esto lo que le hizo perder al final de una remontada tremenda ante un jugador excelente. Kohlschreiber es un tipo curioso: no es muy alto, no tiene un saque tremebundo y tampoco las manías de tantos tenistas. No lleva gorra, ni pañuelo, usa la toalla cuando lo necesita e incluso suele usar la misma bola que le devuelven para sacar. Nada de coger doscientas para elegir la menos pelada. Tranquilo, y con una técnica excelente. Su revés es, junto con el de Federer, el mejor del mundo, y juega al tenis una barbaridad, mucho más que ese ranking ridículo que le pone el 29 del mundo porque en realidad es un top ten potencial, con una clase tremenda. Ante un jugador así se las vio Verdasco, que nunca le pudo desbordar. Le ganó dos sets como quien canta. Y, de pronto, el alemán se vino abajo. Le pegó el sol en toda la azotea y se la fundió. No le entró nada, sacó peor y le metió un bajón que casi se lo lleva por delante. Reventado por el calor Fer vio luz y se fue a por él. Igualó a dos sets, pero en el último tramo Kohlschreiber volvió de las tinieblas y en su último suspiro robó el de Verdasco, que no pudo más. Con 7-6, tardó una eternidad en salir del banquillo. Era señal de que estaba reventado y así le fue, acortando los tantos para no correr con winners suicidas que no le llevaron más que a la derrota. Demasiado había hecho, pero en los finales agónicos el que tiene ventaja es el jugador técnico, no el de fuerza, y por ahí Kohlschreiber era más, por lo que empató la eliminatoria. Luego vendría el final, que es el principio. La llamada a corneta para que llegara el Mosquito. Y llegó...