Imprevisible y genial. Gervasio Deferr Ángel tiene raíces argentinas. Quizá ahí se hunda su carácter imprevisible y genial. Como en un tango, prefiere los caminos sinuosos a los rectos, pero lo llevaron igualmente al triunfo, a tocar el cielo con los pies.
Sus padres, José Luis y Patricia, emigraron de Argentina a España en 1976. Se marcharon de «un Buenos Aires donde hoy estabas y mañana no», según relataron los propios progenitores al diario argentino Clarín. Escaparon de la dictadura militar. Gervi nació en Premiá de Mar (Barcelona).
Comenzó a practicar la gimnasia a los cinco años. De pequeño quería hacer la voltereta como Hugo Sánchez. Porque siempre fue del Real Madrid y del Boca. Pero Deferr la perfeccionó hasta el infinito. Aunque no sin escollos. Durante su trayectoria deportiva se descarrió en más de una ocasión por su indisciplina. Sufrió numerosas lesiones en hombros y espalda. Se rompió todos los dedos de ambas manos. Su positivo por cannabis lo obligó a hacer un paréntesis en la competición. Se planteó la retirada seriamente en más de una ocasión. Llegó a mudarse de Barcelona a Madrid para huir de su entorno y poder centrarse. Y sin la ayuda económica que le prestó la federación española probablemente hubiera tenido que abandonar la gimnasia de forma prematura.
Su gran especialidad era el suelo. Ganó el Europeo júnior de 1998. Pero, sin embargo, le sonreía el salto, esa modalidad en la que tres segundos, una carrera y una elevación sobre el potro, marcan el todo o nada. Ganó dos oros olímpicos en esa moneda al aire.
El suelo, su obsesión
Pero él insistía en que no era el mejor del mundo en salto. «Solo fui el mejor ese día», reconoció. En este sentido, era la antítesis de Jesús Carballo, que solía toparse con el infortunio en las grandes citas que afrontaba. Deferr fue envidiado por brillar en el lugar indicado y en el momento justo: la final olímpica. Aquel deportista travieso y tacaño con los entrenamientos desplegaba todo su talento cuando realmente era necesario.
Pero, a pesar de haberse ceñido dos coronas olímpicas, Gervi tenía su particular espinita clavada. El suelo. Se le atascaban las diagonales. En el tapiz no encontró el camino hacia el podio hasta sus últimos Juegos. Conquistó la plata en Pekín. Al principio pensó que quizá Londres sería su última frontera. Quería el oro en su aparato preferido. Pero el vuelo de Deferr ha terminado.