Lopo convenció a los escépticos y a los incrédulos. El vestuario del Dépor es una balsa de aceite, incluso excesivamente en calma en los tiempos que corren. Si existía alguna duda, la figura del defensa central catalán apareció de nuevo para saldar una inexistente cuenta. Ni Lotina había puesto en duda la profesionalidad de sus jugadores ni estos se habían sentido aludidos por un supuesto comentario inoportuno.
El técnico deportivista nunca ha dudado del compromiso de sus jugadores, quizá sí les ha achacado una cierta falta de intensidad en determinados momentos, un comentario que firmaría cualquier observador. Y es que entre las virtudes que adornan a la plantilla deportivista difícilmente encajaría la de ser un grupo aguerrido.
Desde la venta de Coloccini al Newcastle, el Deportivo está huérfano de un líder en el vestuario, de una referencia a la que aferrarse cuando lo que se necesita es algo más que fútbol o buenas intenciones. En los momentos de zozobra, el grupo aparenta una indolencia insoportable para un equipo que se juega tanto. Y ese era el temor fundamental de Lotina, la dudosa respuesta de un vestuario dócil cuando hay tanto en juego. De eso alertó el técnico tras la dolorosa, por la forma, derrota en La Romareda y a eso respondió el emotivo abrazo de Lopo con su entrenador tras el gol al Villarreal.
«La historia demuestra que no es bueno tener tantos jugadores y tan importantes sin renovar», sostenía Lotina. Un argumento irrebatible y que en ningún caso cuestiona el compromiso. Como tampoco lo pone en duda el prescindir un par de semanas de un Juan Rodríguez irreconocible.
Y la prueba irrefutable está en lo sucedido el domingo en Riazor. Antonio Tomás sacó la falta, Juan Rodríguez prolongó y Lopo marcó. El abrazo con Lotina es lo más sincero de lo sucedido en el Deportivo en las últimas semanas. Tan real como los cínicos refuerzos el último día del mercado, el hipócrita runrún de un entorno empeñado en señalar a Lotina o los partes médicos sin fecha de caducidad.