El veterano Evans sorprendió en una carrera que brindó ataques de otros tiempos.
25 jul 2011 . Actualizado a las 06:00 h.El Tour 2011 transitó hacia el pasado. Y ese viaje no es intrínsecamente malo. Simplemente supuso un giro en el guion. Se esperaba un diálogo cerrado entre el campeón y el aspirante, Alberto Contador y Andy Schleck. El español llegaba con un botín que al mismo tiempo era un lastre, el Giro. El luxemburgués había apostado toda su temporada a esta carrera, como Lance Armstrong. Pero entre el agotamiento físico y mental del primero y las dudas del segundo emergió Cadel Evans, un veterano que parecía haber perdido su último tren hacia los Campos Elíseos. El australiano resistió dos ataques épicos y sentenció en la única crono individual. Un bello acoso sin derribo.
La última etapa fue paseo triunfal con otra victoria de Cavendish. La primera semana, un campo de minas. Muros, tensión, mal tiempo y manojos de nervios sobre frágiles monturas. Fracturas y atropellos. Retiradas. Contador empezó a contrapié. El primer día se quedó cortado debido a una caída y cedió más de un minuto. Su flaqueza invitaba a otros a soñar.
Para el olvido quedarán los Pirineos, con más rasguños que hachazos. Samuel Sánchez y Contador hicieron temblar a los Schleck en los descensos, una de sus asignaturas pendientes. Los hirieron camino a Gap. Con estas escaramuzas los hermanos siguieron colocando a Contador como medida de todo. No vieron venir a Evans.
Para la historia quedarán los Alpes. El Galibier vivió un homenaje a la altura de su centenario. Allí venció Andy Schleck. Quemó sus naves con un ataque en el Izoard, a 60 kilómetros de meta, marcada por el Galibier. Contador, con el Tour ya perdido, contestó al día siguiente con un latigazo a 92 kilómetros del final, en el Alpe D?Huez. Orgullo sin premio. Evans recogió los dos guantes con dos persecuciones memorables, sin seguir ninguna rueda. Y en la crono final desnudó a un Andy todavía muy frágil en esta especialidad. Puede que Evans sea solo un paréntesis en el palmarés de la prueba, pero un formidable paréntesis que sirve de amarga lección a los Schleck.
Y en este Tour del pasado asomó también el futuro. Y su nombre puede ser Pierre Rolland.