El triunfo del británico en la contrarreloj individual desata la euforia del heterogéneo ambiente del Parque Olímpico
02 ago 2012 . Actualizado a las 15:45 h.Caminas por las arterías del Parque Olímpico abarrotadas de público a primeras horas de la mañana y los ves. Cada uno parece diferente, pieles blancas y pecosas, tonos de piel más oscuros, ojos rasgados, abiertos y luminosos como la luna llena,... A 25 kilómetros de allí, dentro del corazón de Londres, Bradley Wiggins desafía al cronómetro, sus piernas suben y bajan con un ritmo robotizado. Vuela hacia el oro. Solo unos pocos metros lo separan del triunfo, un último esfuerzo y acariciará la gloria.
Mientras, de nuevo en el Parque Olímpico, el río de gente continúa creciendo y cuanto más se ensancha, más lento se desplaza. Y, de pronto, se escucha la megafonía del recinto: «Nuevo oro para Gran Bretaña. Bradley Wiggins lo acaba de conseguir». Y entonces todos aquellos seres de apariencia distinta empiezan a agitar una bandera azul, roja y blanca, con rayas cruzadas. Lo celebran los unos con los otros. La euforia dura unos instantes. Después la marea continúa moviéndose como si nada hubiese ocurrido y te preguntas qué es eso tan grande que los une.