Dejando a un lado al Madrid y al Barça, que siempre concursan aparte en el terreno de los presupuestos, no cabe duda de que las estrecheces económicas se están dejando notar en la ACB más que nunca. Quizás convenga añadir las excepciones del Unicaja y del Gran Canaria, que, sobre el papel, partirán con plantillas de más enjundia que las del pasado curso.
Los demás, incluido el Obradoiro, han tenido que tirar de ingenio y exprimir los recursos y el olfato al máximo. Y, en ese contexto, el conjunto santiagués no está peor que hace un año respecto a sus rivales. Aquel Obradoiro que apostó por mantener a siete de los jugadores que lograron el ascenso más Mario Cabanas, Ebi Ere, Stephane Lasme y Milt Palacio se percibía desde fuera con unas sensaciones parecidas a las que irradia hoy el CB Canarias, nuevo en la categoría.
El nuevo Obradoiro está mejor colocado en la parrilla de salida. Cuando menos, no parece en desventaja con plantillas como la del propio CB Canarias, la del Valladolid (todavía por hacer), la del Manresa (mantiene a la pareja Javi Rodríguez-Asselin pero ha perdido a Doellman y ha buceado mucho en la LEB), la del Fuenlabrada o incluso el Lagun Aro (se le han ido tres pilares como Sergi Vidal, Panko y Baron).
El nuevo Obradoiro es el equipo de la conjunción condicional: si Salah Mejri explota, si Hummel es capaz de hacer en la Liga Endesa lo que se le veía en la Universidad de Purdue, si los jóvenes Rafa Luz y Jorge Sanz acreditan que son chavales pero ya con cierta experiencia, si Miki García demuestra que puede ser más que el quinto pívot... Solo Ben Dewar llega como un jugador hecho. Si todas las expectativas se cumplen, hay equipo para soñar y algo más. Ese es el reto, pasar del si al sí.