Suiza ha vuelto a dejar claro, igual que Argelia el lunes, que el orden, la fe y la disciplina pueden neutralizar al talento. Al menos, hasta poco antes de que concluyese la prórroga. El colectivo debe imperar por encima de las individualidades. Pero, una vez más, Di María apareció para rescatar a su equipo. En unas ocasiones lo hace con el Real Madrid y en otras, con la albiceleste. De esa manera, el extremo puso fin al suplicio al que los helvéticos sometieron a uno de los teóricos aspirantes al título.
Una vez más, y ya van unas cuantas, un modesto ha puesto contra las cuerdas a un gallito. Acceder a la ronda de cuartos, a excepción de Colombia, se ha convertido en un calvario para todos los equipos que aún sobreviven en el Mundial. Y en algunos casos, el esfuerzo y el tesón han sido encomiables a pesar de la eliminación. Ahí están los ejemplos de Argelia o la propia Suiza.
Y a estas alturas del campeonato, la vista se vuelve sin querer hacia el pasado reciente. Hacia una selección española que ya está de vacaciones y a la que se echa de menos en las eliminatorias decisivas. Tal vez habría que tomar nota de equipos como el argelino o el suizo, que esconden las limitaciones a base de espíritu colectivo, que tienen el hambre de pasar una eliminatoria más, que pierden con orgullo ante tigres que, al final, no rugen tanto. Pero, tal vez, la política del esfuerzo está reñida con que durante muchos años el discurso se recree en los éxitos pasados y en que la calidad es suficiente para aplastar cualquier piedra que surja en el camino. La siesta y los laureles.
Ahora, a Argentina le quedará el talento que poseen sus futbolistas de vanguardia. Como dijo Hitzfeld, Messi es capaz de solucionar un partido por sí mismo. Pero, para los amantes del fútbol, la incógnita radica en conocer hasta dónde podrían llegar equipos rebosantes de talento si se aplicasen sobre el césped con la mentalidad obrera de Argelia, Suiza o Costa Rica.