El fútbol acaba de perder a uno de sus grandes referentes, un tipo que lo ganó todo excepto un Mundial (porque nunca tuvo la oportunidad de jugarlo), que marcó una época y que probablemente ha representado como nadie la esencia del Real Madrid. Ni como jugador, ni como entrenador ni como presidente de honor del club blanco se le recuerdan salidas de tono porque la suya ha sido una trayectoria recta. Por mucho que cambiasen los tiempos, creciese el ruido y se multiplicase el riesgo de la distorsión, Di Stéfano daba siempre la misma imagen con su discurso corto pero preciso, a menudo bañado en la retranca. Lo más importante en el fútbol es la pelota.
Di Stéfano deja también una forma de entender el deporte en la que el colectivo está por encima de las individualidades. Lo resumió en una de sus muchas frases que hicieron historia: «Ningún jugador es tan bueno como todos juntos». Y lo decía alguien que tenía galones para dar y regalar, alguien que era el mejor. Si el estandarte era el primero en aplicarse, a ver quien se atrevía a desentenderse. Porque, Di Stéfano, como jugador, tenía un valor doble: jamás se relajaba y jamás consentía la relajación a su alrededor. Hacía mejores a sus compañeros.
Cuando se eleva a categoría la de «jugador total», el primer nombre que viene a la cabeza es el de la llamada Saeta Rubia porque a su condición de goleador añadía la de fajador. No esperaba que le llegase el balón y no consentía la displicencia entre sus colegas de equipo. Cuentan que cuando Bernabéu le cogió la matrícula no fue por uno de sus goles o por un partido deslumbrante, episodios que hoy en día bastan por sí solos para multiplicar la cotización de un futbolista. El presidente se fijó en que con el partido virtualmente decidido se pegó una carrera de más de medio campo para evitar que un balón se perdiese por la línea lateral.
De su genética competitiva se pueden encontrar docenas de ejemplos, pero uno de los más significativos remite a un partido de Copa de Europa en Viena, frente al Rapid. Era el de vuelta y al descanso el panorama pintaba feo para el Real Madrid. En la segunda parte Di Stéfano anotó un gol que valía el empate en la ronda, cuando su equipo jugaba con uno menos. Y viendo las circunstancias bajó a la defensa para situarse como central. Los austríacos no encontraron pasillos. Entonces el desempate se decidía en un tercer choque, que cayó del lado merengue.
Se ha ido para siempre un genio con mucho genio, un personaje que jamás cedió un metro a la vanidad. Alguien que representaba como nadie los códigos sagrados del fútbol. Alguien que tituló sus memorias con un «Gracias, vieja (referida al balón)» que lo dice todo del mito. Alguien que veía el fútbol con una idea clara: «El balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto, así que hay que echar el balón al pasto».
Descanse en paz un embajador del fútbol, un emblema.