En la puerta de una pequeña sala del gigantesco Media Centre de Londres se apoya una chica menuda y de mirada tímida. Su aspecto aniñado enmascara que ya es parte de la historia. De hecho, salvo por el llamativo uniforme de la selección, nadie podría averiguar a simple vista que acababa de abrirse un hueco en la eternidad del deporte español. Espera con naturalidad a que la prensa converse con su compañera Jennifer Pareja, que poco a poco, se ha ido convirtiendo en la imagen más relevante de un equipo sorprendente. España, en su primera participación en unos Juegos, se acaba de colar contra todo pronóstico en la final. Luchará al día siguiente frente a Estados Unidos por el oro. Desde el anonimato hasta la gloria en un esprint de dos semanas. Es una tarde de agosto de hace dos años en la capital británica y Laura Ester Ramos, la portera de la selección, empieza a reflexionar sobre las claves de este éxito deslumbrante. Primero debe consultar en su interior, porque los milagros casi siempre son difíciles de explicar. Se queda callada unos segundos y comienza a liberar con un chorro de voz ligero el resultado de sus indagaciones. «Somos más pequeñas que el resto, pero suplimos nuestra falta de kilos con talento».
El mismo ingrediente que las haría campeonas del mundo en Barcelona solo un verano más tarde y el que ayer las impulsó a conquistar el primer Europeo del combinado entrenado por Miki Oca. Una fórmula tan sencilla como compleja de encontrar. Pero en la que ha profundizado España en los últimos tiempos con cuantiosos réditos. Como si alguien de pronto hubiese leído a Arquímedes y se diese cuenta de que no hace falta fuerza para mover el mundo.