Nadie en el equipo español quiere hablar públicamente de oro, solo de ir paso a paso; en el imaginario colectivo de este equipo, el título es sin embargo una obsesión
30 ago 2014 . Actualizado a las 19:01 h.Hay equipos con más apetito que otros. Ya sea fútbol o balonmano, voleibol o baloncesto. La sed de triunfo es el cemento con el que se construye la gloria. La selección española de básket es el paradigma de la voracidad. Está hambrienta. Algo poco frecuente en el deporte de élite, habida cuenta de lo que han ganado. Otros con mucho menos cayeron en la autocomplacencia. En el hastío y la pérdida de competitividad. No es el caso de este equipo, que ya tiene un lugar en la historia del deporte español haga lo que haga en el Mundial. En apenas dos días de concentración en Granada, el entorno de la selección ha podido percibir ese espíritu.
Nadie en el equipo habla públicamente de ganar el Mundial. Es más, ayer, Orenga, Rudy Fernández, Felipe Reyes y Álex Abrines departieron con algunos periodistas y esquivaron conscientemente el término del que todo el mundo habla a su alrededor: oro. Lo ocurrido en el Mundial de Turquía y en el Eurobasket de España, pero también en las dos extraordinarias finales perdidas ante Estados Unidos en los Juegos de Pekín y Londres, le ha inoculado a este equipo el virus de la cautela. Todos, jugadores y cuerpo técnico, tienen clara la hoja de ruta para llegar a la final de Madrid. Trabajo y paciencia. Estos torneos no se ganan en la primera semana. Se ganan en la última.
Pero que nadie hable expresamente de triunfo, no significa que no se piense en ello. En la distancia corta, lejos de cámaras y micrófonos, los jugadores españoles reconocen que no piensan en otra cosa que no sea llevarse este Mundial. Es su obsesión. Saben que están ante una oportunidad única y no quieren que se les escape. Hace unas semanas, con Estados Unidos a toda máquina, en el seno de la selección se pensaba que las opciones eran reales, pero que la cosa estaba muy igualada, ligeramente decantada incluso del lado americano.
Hoy, las tornas han cambiado. La lesión de Paul George restó a EE.UU. un efectivo muy valioso en la única posición en la que flojea España, la de alero alto, pero fue la salida de Kevin Durant la que dio el impulso decisivo a la sensación de cambio. «Durant es indefendible -reconoce un jugador de la selección-; si está inspirado te puede decantar un Mundial él solo prácticamente porque su rango de tiro es larguísimo y porque hace de todo: anota, rebotea, pasa...». Su ausencia alimenta la esperanza hispana. Sin él, los de Krzyzewski son mucho más vulnerables.
Los pesos pesados de la selección quieren despedirse a lo grande. Ganando su segundo Mundial en casa. El final perfecto para un sueño que arrancó precisamente en otro Mundial, el júnior de hace 15 años en el que esta generación empezó a forjar su leyenda. Oro, oro, oro... Nadie lo dice, todos lo piensan.