La presencia de los hermanos Gasol en los quintetos titulares del All Star tiene mucho de genética y de talento, en el orden que se quiera. De esa combinación ha salido un hito histórico, porque por vez primera acuden al espectáculo-escaparate de la NBA dos elegidos de un país distinto del anfitrión que, además, comparten los apellidos.
Se lo han ganado a pulso. Cada uno se ajusta a lo que los americanos llaman un self made player, un jugador hecho a sí mismo que ha ido conquistando terreno a fuego lento. Hace tres o cuatro años, nadie hubiese apostado por que Pau (Soft Gasol, blando, le llegaron a llamar en los Lakers) se erigiese en referente de los Bulls, también en defensa, ni por un Marc como piedra angular de los Grizzlies.
No son tipos atléticos. No les pesa el ego porque lo que buscan es la gloria para el equipo, no los flashes, el protagonismo ni la foto. Pero conocen el juego y lo descifran con sencillez. Por eso su triunfo en la competición más física del mundo, en la que los especialistas en el uno contra uno suelen tener el terreno más allanado, es como si el auditorio de un festival de rock le hiciese un hueco entre sus estrellas a Mozart y a Beethoven. Así es como interpretan el baloncesto los hermanos Gasol, como una fina melodía que suena bien cuando los músicos son más importantes que los solistas.
Ni Pau ni Marc sobresalen por el tiro y, sin embargo, son capaces de anotar cerca y lejos del aro. Tampoco son consumados reboteadores, pero saben colocarse y aprovechar sus centímetros. Tienen chasis de pívot, muñeca de alero y cabeza de base. No hay más que verlos distribuyendo desde el poste alto.
Son muy buenos, y lo son todavía más porque hacen mejores a sus compañeros. Por eso están en la gran fiesta, con todo el merecimiento.