Del Bosque todavía espera a Thiago

antón bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

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JOSE JORDAN | AFP

Las lesiones ralentizan la eclosión con la camiseta de España del sucesor natural de Xavi Hernández

15 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

«No voy a renunciar. Voy a luchar para regresar aquí». Thiago Alcantara do Nascimiento (Brindisi, Italia, 1991) conoce como pocos futbolistas la palabra sufrimiento. Unos meses después de tomar la difícil decisión de abandonar el club donde había crecido como futbolista, el Barcelona, -acompañó a Guardiola en su camino al Bayern, que lo fichó por 25 millones de euros- y de ofrecer un recital fuera de lo común en la final del Europeo sub-21 frente a Italia, donde anotó tres de los cuatro goles de la España que se proclamó campeona, el hijo mayor de Mazinho comenzó su agonía. Por aquel entonces ya le habían colocado la etiqueta de sucesor de Xavi. Su calidad técnica excepcional, pulida bajo los cánones de juego de la Masía, había alumbrado un futbolista total. Capaz no solo de encontrar espacios, sino de crearlos; capaz de tumbar rivales en un cícero de césped; y capaz de descifrar la suerte del gol, una cualidad que lo aproxima más a Iniesta que al propio Xavi. Para España, Thiago era el relevo perfecto, era más que un heredero, una solución total.

Un 29 de marzo del 2014, en el Allianz Arena, durante un encuentro de liga frente al Hoffenheim, el hispano-brasileño se desplomó sobre la hierba. El golpe parecía serio. Guardiola miraba inquieto desde la zona técnica, mientras le pedía a Lahm que apurase el calentamiento. Rotura parcial del ligamento interno de la rodilla derecha. En principio, tratamiento conservador. Thiago quería llegar al Mundial. Una Copa del Mundo especial. Se iba a reencontrar con sus orígenes, con los días en los que soñaba enfundado en una camiseta del Flamengo.

No volvería a disputar un partido hasta 371 días después. Una cifra que dio título al documental que relata su odisea. Por el camino sufrió dos recaídas y otras tantas intervenciones quirúrgicas. Poco después de acabar un entrenamiento, cuando Thomas Müller se enteró de que el Bayern perdía a Thiago, el trepidante jugador alemán torció el gesto, masticó las palabras y las expulsó a ralentí, como si su gravedad fuese demasiado pesada: «Es una tragedia». Guardiola, obligado por su puesto directivo, a comedir el discurso, amortiguó la trascendencia de la baja. Pero en un momento de su alocución a los medios, no pudo contener la morriña. «Lo echaremos de menos», dijo. Del Bosque, aficionado a la política de lo correcto, después de ofrecerle las condolencias públicas al jugador, se dedicó a hablar de los que sí viajarían a Brasil. Pero si alguien le hubiese preguntado a Del Bosque en Curitiba qué echaba en falta en aquel lugar, a buen seguro que el técnico salmantino respondería: «A Thiago y al calor».

España, con una mezcla de agotamiento natural y falta de ambición, naufragó en Brasil como solo lo hacen los campeones, se desplomó desde los pies a la cabeza. Desde entonces, Del Bosque lucha por reconstruir una selección que ha alcanzado las mayores cotas de éxito de su historia. La misma que en Sudáfrica, de la mano de Iniesta y gracias a la bota de Casillas, se instaló en el cielo. Al entrenador no se le escapa que su tarea sería más sencilla apoyado en el Thiago de la sub-21, en aquel capitán que sometió a Europa y al que aún espera.