Florentino está nervioso. Seguro. Y no tanto por el cosquilleo que a un presidente del Real Madrid le debe provocar la antesala de un clásico. Más bien porque si hay una pesadilla que padece es la de un Bernabéu volviendo la cara hacia el palco y pidiéndole que se vaya a casa pañuelos al viento.
Hasta la fecha, Pérez se ha salvado en las crisis gracias a la presencia de un chivo expiatorio. O de una víctima propiciatoria que ha distraído a la afición merengue del origen de los males del club. También ahora, Florentino tiene en Benítez un buen parapeto. El técnico no está brillando ni en el juego de su equipo, ni en la gestión de la plantilla, ni en su comunicación. Perder ante el Barça, sobre todo dependiendo como se pierda, incendiaría el Bernabéu y pondría en la picota a Rafa Benítez. Pero el entrenador blanco no ha engañado a nadie. Pérez fichó a un técnico excelente a la hora de sacar partido a plantillas de fuste, pero un segundo nivel; a grupos comprometidos como fue su Liverpool campeón de Europa y a aquel Valencia que avasallaba físicamente a sus rivales. Benítez trabaja más con piezas que con futbolistas. Pero sus planteamientos agarrotan el talento de los jugadores fuera de serie, que es lo que tiene el Madrid. Así era Benítez y así es. Hasta la fecha está haciendo lo que de él se esperaba, consiguiendo resultados -que no siempre- , pero sembrando dudas en el juego. Florentino también está respondiendo a las expectativas. Escondido tras las críticas al entrenador y rezando para que el Bernabéu no se de cuenta, si llega el caso, de que él es la mano que mece la cuna blanca.