ún no hemos ganado nada», dijo el siempre prudente seleccionador. Tiene razón, pero no es del todo cierto. España no ha ganado nada porque apenas acaba de comenzar la Eurocopa. Ni siquiera tiene asegurada la primera plaza del grupo, lo que en principio es interesante para evitar un camino de espinas hacia la final. Pero aunque todo está por pasar, el combinado de Del Bosque ha logrado la victoria de la autoestima, de la reafirmación, del reconocimiento y del respeto de todos sus rivales.
España ya juega con el convencimiento de que su apuesta por el toque no es mera retórica, ni un ejercicio melancólico de los días de vino y rosas. Tocar y tocar, a España le reporta réditos tangibles. Gracias a tanto pase es la mejor selección en defensa y en ataque. Combina para ganar, no solo para gustar, cuestión importante, pero relativa para algunos en esto del fútbol.
Es casi seguro que en la medida en que los rivales endurezcan las defensas y mejoren su calidad individual, los problemas crecerán y será difícil repetir porcentajes en el pase del 92 por ciento, que es lo que acredita ahora mismo este equipo.
Quizá venga a cuento, una vez más, recordar ahora a Luis Aragonés, padre espiritual de esta España. Primero, liquidó el raulismo para siempre y después apostó por el talento. Renegó de años y años de un fútbol tan rústico como baldío, alineó a los pequeños, configurando la selección de menor estatura de aquella Eurocopa. Y empezó todo. Con los galones para los jugones, haciendo trizas la ideología de la furia y la tiranía de lo físico. ¿Alguien duda de que con algún antiguo seleccionador, el centro del campo actual podría estar formado por San José y Javi Martínez? Gracias a la decisión de Luis podemos disfrutar hoy de futbolistas como Iniesta, capaz de dar cien pases y solo fallar cuatro.
Para jugar en este equipo hay que saber construir. Casi todos son arquitectos. Y unos potencian a los otros. Iniesta sabe que puede arriesgar en los pases porque al otro lado hay alguien capaz de recibir lo que le echen. Y Morata es muy consciente de que todo desmarque que se imagine será interpretado por cualquiera de sus compañeros.
Efectivamente, no se ha ganado nada, ¡pero se ha conseguido tanto!