Anda España envuelta en cierto tufillo de conflicto. Que si el dedo de Piqué, que si De Gea... Salvo el caso del meta, cuyo fondo es muy serio, el resto es el folclore que acompaña a la selección. Quizá, ahora se aprecia una dosis de acritud mayor en ciertos comentarios y hasta el propio Del Bosque, dicen, anda algo harto.
Jordi Alba culpaba de todo a la prensa, como si, por ejemplo, el asunto De Gea hubiera nacido de una conspiración en las redacciones. Parece que desde dentro se percibe la realidad filtrada por un tamiz que multiplica la agresividad real que existe. Porque en líneas generales, a la selección, a sus jugadores, se les trata como reyes, con tal vez la única excepción de Piqué, víctima de sus propios excesos y de los nuevos espectáculos televisivos que van ganando terreno, por muy ajenos que sean al verdadero periodismo.
Todo esto es una anécdota dentro de lo fundamental: el juego. Pero a veces los enfurruñamientos esconden debilidades. Habrá que creer que esto no es así y que si Alba muestra su cara más borde es una mera cuestión de su carácter avinagrado. Y que si Del Bosque anda agotado por las polémicas que rodean este circo, se debe más al desgaste de sus años al frente que a un problema para desarrollar el maravilloso fútbol que ha llegado a desplegar su tropa. Porque si hay una selección capaz de explotar las debilidades y las dudas del prójimo, esta es Italia. Para derrotarla se necesitará, más que nunca, fútbol, unión, fortaleza mental y concentración absoluta. Y que el juego de España se parezca mucho más a la alegría de Andrés Iniesta que al vinagre de Jordi Alba.