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El hueso que nació en plena posguerra

manu otero PONTEVEDRA / LA VOZ

DEPORTES

CEDIDA

De la fusión del Eiriña y el Alfonso surgió el Pontevedra CF hace 75 años

17 oct 2016 . Actualizado a las 12:57 h.

A mediados de los sesenta un equipo duro como un hueso puso en el mapa futbolístico de España a Pontevedra. Un grupo de trabajadores, cuyo capitán era conductor de autobús, convirtió el esfuerzo, trabajo y unión en arte para deleitar a Pasarón y a todo el país con numerosas tardes de gloria en las que el hueso se le atragantó a todos los grandes de España, Madrid y Barça incluidos. Ayer ese equipo proletario que convirtió al coliseo del Lérez en templo de peregrinaciones cumplió setenta y cinco años (y lo celebró con triunfo por 3-0 ante el Lealtad). Tres cuartos de siglo en los que se edificó el mito del Hai que Roelo y que sembró de fútbol a una ciudad que había quedado huérfana tras la Guerra Civil.

El Pacto de las Palmeras de aquel histórico 16 de octubre del 1941 pasó a la historia como un acuerdo de caballeros entre las directivas del Alfonso y el Eiriña, los dos grandes de la capital, para fusionarse y dar vida al Pontevedra. «Un paripé», resume Gerardo Dios Vidal (Pontevedra, 1925), testigo y partícipe de la creación del cuadro granate. «Durante la guerra, Pontevedra no tenía equipo ninguno. El Alfonso había desaparecido y el Eiriña se marchó a una olimpiada en Cataluña y se quedaron todos allá. Terminó la guerra y había que buscar un equipo que representase a Pontevedra», explica Jacho -como se le conocía en el mundo del fútbol antes de abandonarlo para completar sus estudios de Química, su otra pasión- del contexto que motivó la aparición del club granate.

José Soto Martínez, un funcionario de prisiones y delegado de los clubes aficionados de la ciudad, fue el artífice que captó a un grupo de jugadores de diversos equipos para crear el mito.

Con el once formado, solo quedaba el papeleo. Y ahí Soto convenció a las directivas de Alfonso y Eiriña para formalizar el nuevo club y en el Paseo de las Palmeras, hace 75 años, se hizo oficial. «Había que firmar las fichas, como el presidente Fernando Ponte era coronel y jefe del gobierno militar, que está en las Palmeras, fuimos a firmar allí», desvela Dios sobre el enigma del lugar.

Todos pasaron por allí, salvo él. Tenía 16 años y, con el permiso de sus padres, tuvo que modificar la fecha de nacimiento para inscribirse como jugador. Respaldados por el nombre de una ciudad, comenzó el Pontevedra a dominar las categorías más bajas del fútbol gallego hasta coronarse en el 1942 como campeón gallego en Ourense. Así lograron el pasaporte para el campeonato de España de aficionados en el que el Pontevedra comenzó a enamorar a la prensa nacional.

CAPOTILLO

En cuartos de final el sorteo deparó un Pontevedra - Atlético Mediodía. Con empate a dos en Pasarón, el once granate tuvo que afrontar la odisea de viajar a Madrid. «Salimos de aquí a las nueve de la mañana, en aquellos vagones de madera, y llegamos a las doce de la noche», plantea Don Gerardo. «Llegamos a un hotel sucio, que no daba de cenar y tuvimos que jugar al día siguiente a las once de la mañana. Yo me llevé un bocadillo porque ya me avisó mi padre y los demás no comieron nada», recalca el histórico granate. «Hicimos un primer tiempo bueno, pero en el segundo estábamos cansados de miedo, perdimos 2-1», recuerda Dios del partido en el que el Pontevedra llegó a adelantarse.

Pero no acabó la odisea ahí. Tras el partido, el presidente del Mediodía, un empresario cervecero, invitó a la plantilla a comer y a beber. Con lo que el viaje de vuelta fue más movido que el de ida. «Muchos vagones estaban rotos, las maletas eran de madera e iban arriba. El tren pegó un frenazo y una le cayó a uno en la cabeza. Y se descubrió que un jugador llevaba un pollo en la maleta. Pasamos un hambre increíble, y se lo tenía callado», recuerda entre risas un Gerardo que guarda múltiples recuerdos de Pasarón.

Aunque el emplazamiento no mudó en 75 años, el feudo granate que reinauguró la selección campeona del Mundo en el 2012 tenía un aspecto muy diferente al actual en los años 40. «Era un campo de tierra, rodeado de una valla metálica. Las casetas, una era una cuadra de cerdos y otra de vacas que limpiaron. Y la ducha era un caldero de agua», apunta aquel pequeño y rápido extremo que jugaba con botas de distinto número y desquiciaba a las defensas. Por lo que acabó más de una vez estrellado contra ese perímetro de hierro.

Ahora, alejado del ruido futbolístico aunque siempre pendiente de su Pontevedra, anhela uno de los creadores del mito pontevedrés que la escuadra granate vuelva algún día a acaparar portadas.