La exhibición del clásico nació con el aplauso cariñoso de su afición ante la Juve
25 abr 2017 . Actualizado a las 11:08 h.Hay cracs más musculados y potentes, algunos son más rápidos y resistentes, otros tienen mejores momentos puntuales de forma, también existen los más simpáticos, más expresivos, menos melancólicos, más comerciales. Incluso los hay más afortunados en las grandes citas con sus selecciones resueltas en finales con prórrogas y penaltis. Se puede hablar de futbolistas de hoy, de ayer e imaginar a los de mañana, pero a estas alturas de la película, con más o menos trofeos (a decenas), con más o menos goles (a centenas) y con más o menos jugadas para el recuerdo (a miles), solo existe uno que reúna todo con lo que un niño sueña cuando comienza a familiarizarse con un balón: fantasía, talento, gol, épica. Messi es único.
El miércoles acabó su participación en la Liga de Campeones cabizbajo, deprimido, con los ojos llorosos y el pómulo hinchado. Se le habían escapado por milímetros las tres mejores ocasiones que tuvo el Barça para intentar remontar a la Juventus. En un segundo, el término fin de ciclo volvió a aparecer para el equipo azulgrana, pero también para él. No importaba que todavía fuese el máximo goleador de la presente Liga de Campeones, el Pichichi de la Liga y mandara en la Bota de Oro. No marcó en los cuartos de final ante el equipo italiano (dejó solos a Iniesta y Luis Suárez ante Buffon en la ida con dos asistencias geniales, pero eso no cuenta.) y en el mundo actual de la inmediatez eso suponía su tumba deportiva.
Su reacción no fue criticar a los compañeros por no darle mejores pases en el Camp Nou o por no defender mejor en Turín. Acepta que de él siempre se espere lo mejor y él se frustra si no ofrece todo su potencial. Y a veces le afecta, es humano, y puede caer en un estado depresivo que limite su rendimiento en los partidos posteriores. Pero esta vez pasó algo diferente que iluminó su indescifrable mundo interior. La afición del Barça coreó su nombre cuando falló un pase en los últimos minutos ante la Juve y premió al equipo con una ovación por su esfuerzo. Se sentía en deuda. Le habían tocado el corazón.
Golpes de Casemiro y Marcelo
Y con el corazón tocado, solo faltó que Casemiro le tocara también los tobillos y que Marcelo le golpeara en la boca con el codo desplazado del cuerpo. «Si le dejas te mata y si le pegas se cabrea y te fulmina», escribió Palop, exportero del Sevilla, en redes sociales. Messi comenzó a pedir el balón por todas las zonas del campo, encarando al mediocentro del Madrid, driblando interiores blancos, pisando área, rematando.
Acabó logrando dos goles, el último a pocos segundos del final, mostrando su camiseta al Bernabéu, besando el escudo, su forma de responder al gesto de los culés ante la Juve. Quizás no valga para ganar la Liga, pero lo del clásico será inolvidable. Su salida del césped camino de los vestuarios fue apoteósica. Ni rastro de aquel despotismo de cuando comenzó a saberse el mejor del mundo. Su madurez, dentro y fuera del campo, está por encima ya de balones de oro.