La imagen de la fiabilidad luce en la cara de Rafa Nadal. Compite como en su mejor momento. Ya representa la referencia para todos los rivales, como rival a batir. Una recuperación impecable a nivel tenístico y psicológico. Su camino hasta la final resulta perfecto, y ni siquiera tuvo que verse con Novak Djokovic, por varios motivos el contrario que más dificultadres podría plantearle.
Frente al rodillo de Nadal ante Thiem en una semifinal óptima, la igualdad y los altibajos del otro partido de penúltima ronda. El tenis terminó primando al jugador que más arriesgó, por decisión y por la búsqueda de puntos ganadores, y castigó al deportista que eligió el contraataque, a la espera el fallo del contrario cuando, en realidad, tiene tenis suficiente como para poder ganar los puntos por méritos propios.
Wawrinka mostró en su semifinal ciertos altibajos. Por ejemplo, en el tercer set, cuando, con el marcador favorable, tuvo una crisis clara y cometió errores en bolas sencillas que pusieron en peligro el partido. Fue capaz de reaccionar en el cuarto. Y ya el quinto marca la diferencia del estado anímico de ambos: uno compite al 110 % en grand slams y otro se hundió respecto al 2016 en su estado de forma: en juego y a nivel psicológico.