New York, New York

Tito Vázquez EXCAPITÁN COPA DAVIS

DEPORTES

28 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

New York, «la ciudad que nunca duerme», inmortalizada en la canción de Frank Sinatra y Liza Minelli, donde comí por primera vez huevos Benedict a las cuatro de la mañana después de una noche de rock and roll, es el lugar elegido para jugar el último grand slam del año: el US Open. Entre las canchas de cemento de Flushing Meadows, un lugar inhóspito años atrás, que reemplazó la antigua historia del césped en el West Side Tennis Club, se venden hamburguesas, hot dogs, todo tipo de bebidas, se escuchan bandas de música y una multitud de gente se hace presente para estar y ser parte del show. La ciudad con sus restaurantes, sus mozos con salario mínimo dependientes de la propina, los edificios enormes de Manhattan que te agobian con su altura, la pesadilla del aire acondicionado, la energía invisible que circula por las calles (ser anónimo entre una «multitud individual»), el humo que sale de los subtes y se mezcla con el verano ofreciendo la oportunidad de disfrutar de un sauna al aire libre… todo eso y más, atrae la fantasía del turista.

¿Y el tenis? El tenis está lastimado, herido en su esencia. La prolongación del dominio de Roger Federer y Rafael Nadal durante el 2017, la deserción de Novak Djokovic, Stanislas Wawrinka, Kei Nishikori, la retirada por lesión de Andy Murray y el cambio generacional que está llegando a paso lento, son más que razones suficientes para no tener ilusiones de ver un gran torneo. Nadie duda de la genialidad y el talento de Roger, ni de las aptitudes mentales de Rafa, ambos en la posición de pelear por el número uno del ránking mundial (nuevamente) a fin de año. Tampoco dudo del mérito de Alexander Zverev, número 6 con 20 años, el talento de Dominic Thiem, número 8 con 23, la inestabilidad de Kyrgios de 22 años o la presencia de Grigor Dimitrov, número 9 con 26. Sin embargo, el mejor partido que vimos durante todo el año fue la final de Australia en enero entre Rafa y Roger. Ambos jugadores no están en la cima de su carrera (en comparación con su juventud, movilidad y juego de años atrás) pero son candidatos. «El mundo cambia, cada vez se juega mejor», dicen los jóvenes, los dueños de su verdad que no reconocen la historia ni la experiencia. Los estadísticas dicen «aumentó la vida útil del tenista» y los motivos están a la vista: el conocimiento de la medicina deportiva influyó notablemente en la preparación física y en la previsión y tratamiento de lesiones.

Europa se desplaza a los Estados Unidos, la cultura, las costumbres y el ambiente (a pesar de la globalización) son diferentes. La parte emocional que tiene mucho que ver juega a favor de los norteamericanos. Sus jugadores están en su salsa pero su tenis es de segunda línea. Arthur Ashe, Andre Agassi, Pete Sampras, Jimmy Connors, John McEnroe, no son los mismo que John Isner, Sam Querry o Jack Sock.

El tenis está de fiesta ¿quiénes son los invitados?