Villar está acabado. Por lo menos el Villar dirigente que ha hecho lo que le ha dado la real gana durante casi treinta años en el fútbol español. Los que le conocen, incluidos sus enemigos, dicen que es muy listo. Por tanto, él lo sabe. Es consciente de que ya no va a liderar la RFEF, que su figura se irá diluyendo hasta desaparecer. Y que el Villarato se perderá como lágrimas en la lluvia del planeta fútbol.
Ante este nuevo y doloroso escenario para él, podría centrarse en su defensa penal y dejar que la federación sea reconstruida y abandone tanto el caos en el que vive, como su imagen de circo atrabiliario en el que actúan a la vez los payasos, los trapecistas, los domadores y los equilibristas.
Pero Villar ha preferido morir matando y hacer el mayor daño posible tanto a quienes le han perjudicado, como a la propia RFEF. Ayer dejó meridianamente claro que la federación le importa menos que el silbato de un árbitro de Victoriano Sánchez Arminio. Y en vez de asumir su nuevo rol ha decidido mostrarse como un muerto viviente, una especie de presidente zombi que está sin estar porque quiere hacer ver que puede revertir la situación y volver al mundo de los dirigentes en activo.
Ayer, tras una imagen arrogante, a la que nos ha acostumbrado toda la vida, se escondió un hombre rehén del rencor, del dolor y de la derrota. Asegura que se va a defender hasta el final, algo normal. No solo tiene derecho, sino que además es una condición imprescindible para que se haga justicia de verdad sobre su gestión. ¿Pero de verdad tiene derecho a pasar por el barro a todo el fútbol español y al Gobierno?
Dicen de Villar que es un hombre de profundas convicciones religiosas y personales. Pero él nos ha demostrado que como dirigente, sus principios nacen y mueren en la poltrona de Las Rozas. Fuera de su sillón, como el pez al que sacan a la fuerza del agua, boquea y aletea sin parar. Y como no es un pez pequeño, en sus espasmos puede golpear a quien pase por ahí, como el secretario de Estado para el Deporte, a quien más que nunca hay que exigir firmeza y que no dé ni un paso atrás ante el chantaje al que está siendo sometido.