
Ícaro, hijo de Dédalo, escapó de la isla de Creta con unas alas fabricadas por su padre. Según la mitología griega, voló tan alto que el sol derritió la cera con que estaban fijadas las plumas. Ícaro es también el largometraje que acaba de ganar el Óscar al mejor documental. Bryan Fogel, ciclista amateur, decide convertirse en un conejillo de indias para experimentar con el dopaje. Su reto es tomar sustancias prohibidas para afrontar la Haute Route, una especie de Tour de Francia concentrado para aficionados, y comprobar si mejora su rendimiento y si puede engañar al sistema haciendo que sus test sean limpios. Ojo al spoiler. Su maestro y guía para autoadministrarse las dosis de testosterona y de epo acaba siendo Grigory Rodchenkov, director del laboratorio antidopaje ruso, el experto que se compromete a realizar los análisis de las muestras tomadas todos los días durante la competición ciclista. Fogel se va ganando la confianza del químico ruso, un genio muy particular. Y cuando va a visitarlo a Moscú estalla un escándalo que cambia totalmente el planteamiento del reportaje. El documental da un giro huracanado, la propia historia les hace un regate a los autores, que cambian el rumbo. Rodchenkov se revela como un personaje digno de una novela de John le Carré. Cómico y trágico. Una pieza fundamental en un engranaje siniestro y, al mismo tiempo, una víctima de una maquinaria implacable que lo supera. El tipo se pasa la vida leyendo y citando 1984, de George Orwell, como si fuera una especie de penitencia que él mismo se ha impuesto. El anfitrión de la ceremonia de los Óscar, Jimmy Kimmel, dijo después de que los responsables de Ícaro subieran al escenario a recoger su galardón que ese premio demostraba que Vladimir Putin no había manipulado las votaciones de los miembros de la Academia. Porque lo que comienza como un Super Size Me del dopaje acaba convertido en un inquietante thriller político. En esa tempestad queda perdido el objetivo inicial, que tampoco es modesto. Pero es porque el documental ha cubierto el cielo de Ícaros y de espesas frases de Orwell.