Durant gana el MVP de la final y Golden State suma su tercer anillo en cuatro años
09 jun 2018 . Actualizado a las 22:35 h.Los Warriors han ganado la NBA. Otra vez. Los de California se impusieron a Cleveland Cavaliers en el cuarto partido de la final (85-108) para terminar con el paseo y ganar su tercer título en cuatro años. Levantaron el trofeo en Ohio, en las narices de la afición rival. LeBron no lo quiso ni ver. Aún no se había consumido el tiempo en el cronómetro y ya enfilaba el túnel de vestuarios. Mal perder para algunos, espíritu ganador para otros. El premio al jugador más valioso (MVP) fue para Kevin Durant. Otra vez.
El alero de Golden State, uno de los personajes más polémicos y odiados de la liga después de abandonar Oklahoma para alistarse en las filas de un equipo que ya era ganador antes de que el llegase, ha vuelto a colar su nombre en el particular duelo entre LeBron James y Stephen Curry.
Se sentaba el alero para atender a los medios, ya campeón y con el trofeo de mejor jugador sobre la mesa, y comenzó la ronda de preguntas. La primera destacaba su hacer individual tras firmar, en el partido decisivo, un triple doble de 20 puntos, 12 rebotes y 10 asistencias. Ni siquiera dejo terminar al periodista, al que interrumpió con un: «¿Importa algo eso?».
No quería Durant acaparar protagonismos individuales ni loas a su baloncesto. Quería hacer piña. Consolidar la química incluso después de la victoria final. «Hemos ganado algo que es más importante que cualquiera de nosotros», explicaba restando importancia y, de paso, templando los egos de un vestuario donde el año próximo seguirá conviviendo con Stephen Curry. Dos de los gallos más grandes del corral americano.
El base a lo suyo. Volvió a dar otro recital. Con menos de dos minutos transcurridos de partido ya había anotado un triple imposible para cualquier otro que elevaba la ventaja por encima de los diez puntos. Una brecha que sería una constante hasta el final. 37 puntos en 38 minutos para él.
Pocas certezas hay en el deporte. Muy pocas. Pero que los Warriors son a día de hoy invencibles, es una de ellas. James también lo sabe. Una estrella frente a, para muchos y cada día más, la constelación más brillante de la historia de la liga. La comparecencia ante los medios de la estrella de los Cavaliers olía a despedida.
James jugó lesionado los tres últimos partidos de la final. Sufrió una contusión en su mano derecha cuando golpeó con rabia la pizarra del vestuario tras la derrota en la prórroga en el primer partido de la serie. Así lo asegura la prensa estadounidense. Nada se supo ni del incidente, ni de la lesión fuera del vestuario hasta que compareció con un vendaje ante la prensa. Mantuvo su mano oculta bajo la mesa pero cuando en mitad de sus palabras se rascó la cabeza, los obturadores de las cámaras estallaron con fuerza y al unísono. A LeBron le entró la risa. A los periodistas también.
Se va a hablar mucho del futuro del 23. Más después de esta derrota, que parece reducir las opciones de que se quede en los Cavaliers. De quedarse y renovar, se convertiría en el jugador mejor pagado de toda la NBA, pero toda la liga anda al acecho.
Los periodistas olieron sangre y las preguntas sobre su futuro cayeron una detrás de otra. «En este momento no tengo ni idea». Tras la respuesta de cortesía, y camuflados entre líneas, venían los titulares. Primero fue un circunloquio sobre su situación familiar y la necesaria estabilidad de sus hijos, que afrontan etapas claves en su escolarización. LeBron James tiene varios negocios y dos casas en Los Ángeles. Los Lakers le quieren. Después restaría importancia a la química de equipo para decir que lo esencial es la salud. Lo dice tras años viendo como lesiones de compañeros arruinan sus opciones de ser campeón. Un mensaje para entendidos. Filadelfia, otros que aspiran a seducirle, lleva años viendo como los problemas físicos lastran a sus estrellas emergentes. Y solo es el comienzo.