Más arrogancia que excelencia

Jose M. Fernández

DEPORTES

Emilio Naranjo

08 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Anda el mundo del fútbol y, por extensión, el resto preocupado por la crisis del Real Madrid. Quizá porque el mundo, el del fútbol y el resto, se divide entre fieles seguidores de la fe blanca e irredentos críticos, cualquier leve resfriado en la casa blanca desemboca en una pulmonía de consecuencias imprevisibles. Tres derrotas en los últimos cuatro partidos y una sequía goleadora como la actual remueven los cimientos de ese Santiago Bernabéu al que Florentino Pérez quiere lavarle la cara. El Real Madrid, el campeón de cuatro de las cinco últimas ediciones de la Champions, ha perdido cuatro partidos oficiales de los once que ha disputado esta temporada, una debacle solo comparable a la campaña 2005-06, aquella que desembocó en la abrupta espantada de Florentino Pérez. Además, está a menos de un cuarto de hora de sumar siete horas sin marcar un gol y solo la irregular marcha de su alter ego le sirve de consuelo, y excusa. Un mal asunto con 750 millones de presupuesto, después de haberle arrebatado el entrenador a la selección española a dos días de comenzar el Mundial y cuando su gran estrella, el chico que ha batido todos los registros goleadores, acaba de dar un portazo. Nada que ver con la excelencia.

Por encima de entrenadores, estados de ánimo o lesiones, el Madrid actual es la consecuencia directa del pulso Florentino-Cristiano, de la soberbia de un presidente empeñado en ejercer de director deportivo, de la autocomplacencia de quien se siente tan poderoso que no ha tenido reparos en deslizar que el Madrid que él ha construido sería capaz de sobrevivir a la ausencia de un goleador histórico -por más que se atisben los primeros signos de su decadencia-, sin más parches que la incorporación de un portero -un lujo probablemente innecesario- y el retorno de Mariano. Al Real Madrid le falta gol, padece un exceso de lesiones musculares, ha perdido potencial en las últimas campañas, carece de recambios de garantías..., los ingredientes de una crisis que tiene menos que ver con el juego que con la condescendencia y la arrogancia de quien cree que los hilos del fútbol y su entorno se mueven solo desde los despachos. No es la primera vez que se equivoca.