Bruno García, un trotamundos ferrolano, logra por segunda vez estar nominado entre los mejores seleccionadores del mundo
27 dic 2018 . Actualizado a las 12:12 h.«Es un deporte colectivo, así que las menciones individuales tienen un mérito compartido». Bruno García (Ferrol, 1974) se resta importancia. Es el único español nominado al premio de Mejor Seleccionador del Mundo de fútbol sala por su labor al frente de Japón. Repite consideración en apenas un suspiro. Su nombre estuvo también en esa nómina en el 2016 cuando logró una quimera: situar a la humilde selección de Vietnam entre las ocho mejores del mundo.
El suyo ha sido un periplo plagado de retos desde que hace ocho años dejó los banquillos españoles para probar fortuna en China, dónde fue el primer técnico de nuestro país en dirigir en la Superliga. «Es la cultura del plagio. Copian modelos de éxito y una de sus debilidades es que quieren reproducirlo tal cual funciona en otro país, sin adaptarlo a sus condiciones».
Al frente de su segundo club -el Zhejiang Dragon- , con el que se proclamó subcampeón de liga, le llegó otro desafio: la oportunidad de dirigir a Perú. Bruno se convertiría así en el primer europeo que dirige a una selección nacional sudamericana de fútbol sala. «Era un coto privado para los técnicos nativos, sobre todo brasileños y argentinos. No había europeos». En poco tiempo su trabajo dio frutos. El combinado peruano logra de su mano su primera medalla: un bronce en los Juegos Bolivarianos del 2013.
Asia timbraba de nuevo. Otra vez ejerciendo de pionero. La humilde Vietnam le reclama con un sueño lejano: clasificarse para el Mundial del 2020. El gallego adelanta el logro cuatro años y consigue que una selección de aquel país concurra a un Campeonato del Mundo en un deporte colectivo por primera vez en su historia. «El país entero se echó a la calle. Fue tremendo. La vietnamita es una cultura de sacrificio, de supervivencia. Tienen una perseverancia increíble». Bruno consigue no solo la clasificación. Superó la fase de grupos -frente a Guatemala, Paraguay e Italia- y alcanzó los octavos de final. Su estela ha dejado sello: hoy son nueve técnicos españoles dirigiendo allí en la élite.
Su éxito no pasó inadvertido en el vecino Japón, sumido en una depresión deportiva tras verse apeada su selección del Mundial del 2016. «Todo se magnificó. Cuando llegué me di cuenta de que su problema era que el equipo era mayor, que no lo habían renovado». Esa adulación por la experiencia forma parte de su cultura. «Aquí los jóvenes piden literalmente permiso a los veteranos para poder jugar. Había que cambiar la mentalidad». Su liga doméstica ronda la adolescencia, camino de cumplir los trece años. Los elevados impuestos restringen la contratación de extranjeros. Bruno puso en marcha un proceso de regeneración que devolvió su estatus a los nipones. De su mano se proclamaron subcampeones de la Copa de Asia tras caer en la final ante Irán. En los últimos Indoor Games, Japón se presentó con una media de edad de 22,7 años y selló el bronce. El manual del trotamundos ferrolano, que tiene su tiro puesto en el próximo Mundial, ha vuelto a dar resultado.
«Duele mucho ver que un proyecto como el que había en Lugo lo hayan dejado morir así»
En su periplo a lo ancho del mundo a Bruno García no le ha faltado el amparo de los suyos. «Mi familia ha estado siempre conmigo. Tengo un hijo de cinco años al que estamos dejando como herencia los idiomas. Habla perfectamente español e inglés y ahora está en un colegio japonés y ya domina también su lengua. Es una experiencia muy enriquecedora». Antes de emprender un viaje que no cuenta todavía con fecha de retorno, entrenó en España durante doce temporadas. «Era como una burbuja. Hasta la crisis los mejores jugadores y los mejores entrenadores del mundo estaban en España. Ahora tengo una perspectiva global, multicultural, que nunca hubiese tenido si me hubiese quedado».
El éxito de la selección de Javier Lozano, que logró el bicampeonato del Mundo en el 2000 y el 2004, sirvió de espaldarazo a la proyección internacional de los entrenadores españoles. «Técnicos como José Venancio que abrió camino en Guatemala, Jesús Velasco en Italia o un gallego como Pulpis que ya desembarcó en Asia -al frente de la selección tailandesa- en el 2008. La escuela española ahora está muy afianzada y no solo ha logrado éxitos deportivos, ha conseguido instaurar un modelo en otros países que no son el nuestro».
Gran parte de la experiencia que Bruno García se llevó de España la selló en Galicia. Y de aquí le ha llegado en los últimos tiempos una extraña mezcla de sabores. El dulce, desde su tierra natal. «Lo de O Parrulo me da una alegría enorme, fui jugador y entrenador allí y ver que ha recuperado su prestigio nacional y está en la mejor liga es una gran satisfacción. Ferrol necesitaba alegrías como esta, es un orgullo».
El amargo, desde Lugo, donde pasó cuatro años. «He dejado muchos amigos allí. Es una tristeza ver al club al borde de la desaparición. Tenían una estructura espectacular, un nivel de profesionalidad excelente, una inversión en categorías de formación muy buena y una proyección social de alto nivel. Es una lástima que un proyecto así lo hayan dejado morir».
Bruno no pierde comba de lo que sucede en el fútbol sala gallego y lo recita. «Santiago ha tenido que dar un pasito atrás y espero que sea para coger impulso. En Burela se están haciendo las cosas muy bien, con una directiva seria y están pujando fuerte». La lupa en casa la mantiene. Lo de volver ni se lo plantea.