Tres zarpazos del uruguayo (uno con ayuda de Varane) dan al Barça su novena final de la década
28 feb 2019 . Actualizado a las 00:10 h.«Si no remontamos, otro año será», se atrevió a decir Piqué en cuartos, sacando a relucir que la mirada del Barça no estaba puesta este año en la Copa. Con la Liga encarrilada, la obsesión es la Champions. Escuece el hecho de que el eterno rival se haya apuntado las últimas, en pleno apogeo de la era Messi. Y Copas.... Copas ya eran muchas. Los catalanes son el rey de esta competición y esta edición ni la querían. De ahí que Messi apenas haya jugado partidos de titular en esta Copa. Pero el idilio del Barça con el torneo es asombroso. Hasta sin querer pasa rondas y acumula finales.
Tras remontarle al Sevilla en cuartos y al Madrid en semifinales, el equipo azulgrana jugará su novena final en las últimas diez ediciones. Además, en mayo optará a su quinto título de Copa consecutivo. Sería el primer equipo en conseguirlo en la historia de esta competición.
El Barça saltó al Bernabéu de un modo extraño. Sabía que necesitaba marcar para pasar, pero con todo firmó una primera parte sin tiros entre palos. No solo no buscó con ahínco la portería rival, sino que se dedicó a contemporizar cada posesión de balón. Incluso Dembelé se llevó alguna bronca de Valverde por precipitarse en sus acciones. Ni siquiera se vio a un Suárez protestón y aguerrido. En la vuelta de la Copa semejó más un alma pura, inocente e incorrupta. Quizás también influyó el hecho de que estuviera apercibido de sanción. El uruguayo se había perdido la final del 2017 y posiblemente lo tuviera bien presente.
El tercero, a lo Panenka
El Barça estaba, pero no estaba. Quería y no quería. Y en esas comenzó la segunda parte y Dembelé fabricó el gol para que Luis Suárez comenzase a reclamar su presencia en el partido. La diferencia entre unos y otros. Vinicius se revolvía, corría y chutaba continuamente, pero siempre sin acierto. Mientras que Suárez ya no es solo que marcara en la primera que tuvo. En la segunda motivó que Varane introdujera el balón en su portería (en otra gran asistencia de Dembelé) y en la tercera forzó el penalti, que él mismo transformó desde los once metros. Tres oportunidades, tres goles y al banquillo a descansar.
El uruguayo necesitaba un partido así después de que en Lyon, en la Champions, volviese a fracasar. Lleva dos años completos sin tantos suyos a domicilio durante las eliminatorias. «Uno sabe el jugador que es y no hay que prestar atención a las críticas ni a los elogios», reconoció al término del partido del Bernabéu.