Asciende al Sporting Meicende en su primera etapa como entrenador tras una intensa carrera plagada de goles y de demoledores impagos
28 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.«Lo que más valoro... es la templanza que tuve para no volverme loco, esa sangre fría que tengo a veces en situaciones que podrían haber acabado mal... muy mal».
Habla un exfutbolista profesional, que de niño fue pretendido por el Real Madrid, que debutó en Primera División con el Deportivo en 1996 sustituyendo a Bebeto contra el Barcelona, que zanjó en el 2012 en el Compostela una trayectoria profesional con más de 150 goles y varios descensos administrativos que marcaron una vida plagada de impagos salariales.
Maikel Hermann Naujoks García (Iserlohn, Alemania; 1976) es todavía uno de los personajes más carismáticos del fútbol gallego. Tras una traumática retirada como jugador, acaba de ascender al Sporting Meicende a Primera Galicia en su primera incursión como entrenador, tras coger al equipo condenado al descenso a Tercera en las Navidades del 2015. Definirlo como ave fénix sería quedarse corto. La resiliencia es la mayor virtud de Maikel, que trabaja como comercial y repartidor de agua mineral embotellada, mientras aguarda completar su formación de entrenador con el nivel III. «Que, de momento, no puedo afrontar porque no puedo dejar mi trabajo un mes y medio para el curso intensivo», lamenta. «Ahora mismo la burocracia me frena, pero no tengo prisa. No me cierro puertas, pero estoy en el mejor sitio en estas categorías», añade.
Maikel formó parte del mejor Fabril de la historia (junto a Deus, Dani Mallo, David, Aira, Viqueira.., con Ballesta al mando). «Tengo la espina clavada de saber dónde podríamos haber llegado de no ser por la ley Bosman», reflexiona. Su debut fue sonado. «Lo máximo, un sueño hecho realidad», dice. «Pero lo complicado es mantenerse», se apresura a añadir. Aunque rescata momentos dulces, como el ascenso del Compostela a Segunda en el 2002 contra el Barça B de Valdés, Iniesta, Motta, Nano, Trashorras... con gol de Maikel, pronto avanza hacia la memoria agridulce de su primer contrato profesional con el Deportivo. «Lo era porque lo ponía en el papel, pero yo era de los peor pagados (130.000 pesetas) con respecto a mi cláusula de rescisión (mil millones de pesetas). Lo conté públicamente con toda la inocencia, tras una victoria ante el Athletic Club por 3-0 en la que marqué el primero y le asistí a Armando para el segundo. No volví a jugar más. Piensa mal, y acertarás. Me fui al año siguiente, con todo el dolor en el corazón», relata.
Era 1998 y Maikel se topaba de bruces por primera vez con el fútbol profesional. Los impagos y los descensos administrativos (entre ellos, el del Compostela) marcaron una carrera (y una vida) que, sobre el césped, era intachable. «Te abstraes en el campo, pero cuando llegas a casa ¿qué explicación das cuando ya tienes hijas y no hay ni para comprar medicinas en la farmacia?», relata. «Y más como en el Compos, cuando te mienten todo el año diciendo que hay empresarios chinos y rusos dispuestos a comprar, y terminan diciendo ‘hay que saber engañar’», se indigna.
En comparación, el penalti de Djukic, clavado como una daga en su deportivismo, se queda en mera anécdota. Eso sí, con retruécano. «Yo estaba en aquel partido en Riazor. Y después tuve como compañero a González en el Xerez. Le dijimos de todo. ‘Ya te vale haberlo celebrado así. Aquello molestó’, le recordé», recupera Maikel.
O aquel esperpento de 1999 en Éibar, adonde llegó cedido por el Xerez. Solo duró una semana, después de que el técnico, Blas Ziarreta, le acusase de estar gordo. «Llegué con una rotura de fibras. El presidente lo sabía y el entrenador me abroncó por ello. Solo me hablaban en euskera. Me sentí maltratado. Y preferí jugar en Segunda B. Entonces se pensaba que a latigazos y corriendo por el monte se jugaba mejor. Por fortuna, hay savia nueva en los banquillos», cuenta.
«Acabé muy quemado del fútbol. Desencantado. Harto de injusticias. Desde que me retiré hasta que llegué al Sporting Meicende no fui a los campos. Necesitaba limpiar mi mente», confiesa. «Esto que vivo ahora es fútbol. Lo de la tele es otro negocio», espeta. «Aquí hay más profesionales que en el fútbol profesional», zanja.
«Al retirarme, tardé en aterrizar, todo se rompió, me sentí vacío»
«No me queda nada de Alemania. No volví desde los seis años y en mi casa no se hablaba alemán. Una pena. Lo llevo clavado. Pero lo tengo todo en mi memoria. Sabría volver solo hasta el parque, o el colegio. Casi ni conozco a mi familia alemana. Pero volveré para cerrar ese ciclo», explica Maikel, cuya experiencia vital experimentó oscilaciones que tuvo que aprender a gestionar, como ese desarraigo de su lugar de nacimiento. Colgar las botas fue otro momento crítico.
«Tardas en aterrizar. Pasas de vivir con la adrenalina a tope, te conoce todo el mundo... de repente, todo se rompe y ya no te pasan la mano por el hombro. Y aún así, lo que más me dolió fue dejar de entrenarme y jugar. Mi agenda de cada día. Me sentí vacío», se sincera. «Ahora entreno a jugadores que trabajan once horas de noche y no fallan a un entrenamiento o un partido. Me costó hacerme a esta categoría, gestionar el grupo, no saber ni con cuántos puedo contar. Tácticamente, sigo aprendiendo. Te das cuenta de las cosas que dejaste de aprender por no fijarte en lo que hacía el entrenador», resume.
Con todo, recomienda con pasión que los niños practiquen fútbol. «Sobre todo, deporte. Pero si quieren ser futbolistas, que vayan a entrenarse todos los días, aunque llueva o no jueguen. Y acaben la temporada con el mismo equipo. Si luego no les gusta, que cambien de club o incluso de deporte. Hay que enseñar a divertirse, a aprender y no a meter goles. Hay edades para competir y otras no. Hay niños que no saben ni correr, van descoordinados. Y abuelos que les dan un euro por cada gol. No lo soporto. Los hunden», lamenta.