El sábado me acordé de la madre de Guido Pella y de su sentida carta, sobre los sacrificios que hizo su hijo y hacen todos los tenistas argentinos en general. Desde que el mundo es mundo, cualquier actividad profesional donde uno elige sobresalir, sea piano, ballet, pintar, escribir o limpiar zapatos, es así.
El domingo fue un día especial. En Londres jugaban la final de Wimbledon Novak Djokovic y Roger Federer. Soy tenista casi desde el día en que nací, por lo tanto no me la podía perder. El gladiador, el poeta y Djoker forman parte de un trío que marcó el siglo de oro del tenis moderno.
En la semifinal entre Nadal, el gladiador, y Roger, el poeta, me tuve que desdecir de mis impresiones anteriores. «Juegan mucho menos que hace 10 años atrás. Eso se nota en la movilidad». El gladiador español, acostumbrado a volver de sus lesiones, una y otra vez, estaba jugando muy bien. Su confianza, fortaleza y bravura estaban en armonía. Pero así como en Roland Garros, él es el rey; en Wimbledon, el poeta se siente aliviado por las variedades del césped y brilla con su saque y anticipación. El partido fue muy duro, pero el poeta prevaleció acelerando y arriesgando con su derecha, jugando un tenis total y con una movilidad que me asombró.
La duda de todos era si para la final su cuerpo y su mente se iban a recuperar del esfuerzo anterior. Cuando lo escuché en una entrevista posterior al partido, supe que el suizo iba a tener sus oportunidades. «A mi edad no puedo gastar energía entrenando, lo único que me interesa es recuperar mi físico y poder hacer la estrategia adecuada a cada partido».
¡Qué bueno poder ser su entrenador! ¡Sería una bendición!, pensé. A mi edad, me encuentro más lúcido que antes, pero físicamente no estoy en condiciones de correr de un lado al otro como un yo-yo. Los mortales sabemos que los milagros no existen, así que volví a la realidad y me senté frente a la televisión a ver la final.
Djoker, el número uno del mundo, el hombre de piedra con la flexibilidad del agua y una mente obstinada, consecuente con un pasado difícil, estaba preparado para la ocasión.
Roger sacando como en los viejos tiempos, arriesgando con su derecha, jugando corto cruzado al revés de Novak, como hacían 40 años atrás contra Jimmy Connors, parecía en plena forma, seguro y confiado. El poeta, iba a ganar su noveno título en la catedral.
A pesar de estar 5-3 en el tie break del primer set lo perdió.
Su duda se disipó cuando rompió el saque de Novak en el segundo juego y ganó el set con autoridad por 6-1.
El tercer set fue una calcomanía del primero y después de una ardua batalla Djoker ganó el tie break.
El cuarto set fue para Roger. ¿Y el quinto? El viejo, de casi 38 años estaba lúcido. Ambos sintieron la presión y el esfuerzo de tantas horas de concentración. Era imposible no tener un desliz, hacer algún que otro error… Sin embargo, el poeta estaba inspirado y con 8-7 en el quinto set sacó 40-15. Doble match point...
El duende, esa figura invisible que está detrás del escenario y mueve las piezas del destino, quiso hacer historia. Era la primera vez que en Wimbledon -en caso de llegar a 12 iguales- se definía el partido en un tie break. El duende logró su objetivo. Llegaron al límite del reglamento y jugaron el último tie break.
No importa quién ganó. El gladiador, el poeta y Djoker entraron en la inmortalidad.