Las cortinas del Everton

DEPORTES

Ian Walton

23 dic 2019 . Actualizado a las 09:41 h.

El fútbol inglés, que solía estar en modo brexit, se ha subido al carro europeo para lanzarse hacia la victoria. Cual Cibeles, con perdón de los antimadridistas. Tirando de sus opulentas arcas de importación, claro. Hay diferentes síntomas que muestran cómo la Premier League le ha ido comiendo terreno a sus competidores. Está el más evidente, que es la Champions y el Mundialito del Liverpool. Pero está también la colección de futbolistas y entrenadores que manejan, una baraja de todos los palos en los que hace años quizás faltaran copas y oros y sobraran bastos y espadas. Muchos quieren mecerse en la cuna del fútbol y ya no solo es cuestión del peso de la historia y del calor de la grada, es que allí se cuecen muchas cosas al calor del dinero y de los títulos. La Liga inglesa dispone ahora de los últimos locos del banquillo (ahí está Jürgen Kloop) y también de los clásicos salvadores con galones y Ligas de Campeones. Ahí está Carlo Ancelotti, que vuelve a la competición inglesa para desembarcar en Liverpool. Pero para entrenar al Everton, que vivió su última época dorada en los años ochenta y en estos tiempos camina por la zona fría de la tabla. La perspectiva del italiano es un poco distinta a la que se le presentaba cuando fichó por el Chelsea. Entonces logró un doblete de Liga y FA Cup. Pero en el fútbol inglés todo tiene su leyenda y esta se mantiene al margen de las sequías y de las tempestades. O, más bien, se alimenta de la fuerza de sequías y tempestades para que siga en las venas de los aficionados el veneno del fútbol. Una de las personas que más contribuyó a popularizar el Everton fue un entrenador histórico de su eterno rival: Bill Shankly. El técnico lanzó durante su carrera una batería de frases que pertenecen al museo verbal del balón. Aseguraba que en su ciudad había dos grandes equipos: el Liverpool y los suplentes del Liverpool. Decía que cuando se aburría, miraba la clasificación para ver lo mal que iban sus vecinos. Aunque quizás su mejor estocada es la de las cortinas. Antes nadie había acercado tanto la rivalidad al entorno doméstico. «El Everton es tan malo, que si jugasen en el jardín de mi casa correría las cortinas para no verlos». Ahora le toca descorrerlas a Carlo Ancelotti.