Es impactante. Mi mente vuelve a aquel día cuando siendo un preadulto me desperté sabiendo que Fernando Martín había muerto en accidente. Dicen que los héroes van y vienen, pero las leyendas perduran para siempre. Supongo que Kobe Bryant alcanza ese escalón. Mi generación tuvo la suerte de empezar a seguir la NBA con Magic Johnson, Larry Bird y compañía. Ramón Trecet significa mucho para nosotros. Descubrimos lo que el baloncesto americano significaba. Luego llegó Michael Jordan. Para mí, el mejor jugador de baloncesto de toda la historia. Jordan y sus Bulls nos dieron una adrenalina distinta. Eran los 90.
Y cuando llegó el siglo XXI y ya estábamos enganchados al móvil, al ordenador, y empezaban las redes sociales y todo parecía más cercano, apareció Kobe Bryant.
Que su padre hubiera jugado en Italia, todavía lo acercaba más a todos nosotros. Era la imperfección de Jordan. Pero obstinado en ser bueno, realmente muy bueno. Aquellos 81 puntos de una noche. Su pique con Shaquille O’Neal. Vestir el color morado de los Lakers. Le daban ese tono de estrella de cine. Y por último, esa relación que estableció con Pau Gasol. Permitió al de Sant Bou ser el primer español en ponerse un anillo de campeón. Un poco por todo esto, muchos de nosotros estamos en estado de shock. Porque un tío joven, una verdadera estrella del básquet, se va de forma apurada. Antes de tiempo, evidentemente. Y veo que Kobe ha llegado lejos, porque cuando le mandé un guasap a mi hijo de 15 años para decírselo, no se lo creía. Supongo que jugar a la Play Station tiene eso. Supongo que ese número 24 mi hijo lo habrá elegido muchas veces. Y Roque me ha dejado impactado. Por eso entiendo que Kobe es una leyenda. Un deportista de talla mundial para siempre. Lo veremos desde otra perspectiva a partir de hoy. Guau. Hay que disfrutar cada día al límite... Por si acaso.