Concluido su contrato, el berciano hace un repaso en profundidad de su trayectoria en un Dépor convulso al que no le cierra del todo la puerta
23 ago 2020 . Actualizado a las 12:06 h.Volvió al trabajo el Deportivo y por primera vez en cuatro años Borja Valle (Ponferrada, 1992) no se presentó en Abegondo. A contrato pasado, pero todavía con el futuro en el aire, el futbolista berciano, uno de los capitanes de esta turbulenta última campaña, repasa en una extensa charla su trayectoria en blanquiazul, con especial atención a los meses más recientes.
—Acaba de concluir su contrato en el Deportivo. Cuatro temporadas muy difíciles, y apenas queda ya nadie en el plantel con quien haya completado ese recorrido entre Primera y las puertas de Segunda B. ¿Cuál es el balance?
—Son muchos años y por suerte me ha tocado vivirlos. Han sido años muy difíciles, pero a la mayoría de los futbolistas les habría gustado vivir momentos buenos y malos en el Deportivo. Yo he sido partícipe de ellos. Recuerdo que cuando firmo pego un salto de alegría cuando me llama Rodrigo. Ahora miras atrás, y hablaba con mi mujer de que son cuatro años en los que he vivido ser capitán, jugar en los mejores estadios, y el mayor dolor, probablemente, de la historia del deportivismo. Solo puedo dar gracias. Me he involucrado como si el club fuera mío, como si esa fuera mi casa y mi ciudad. En mi persona va hacerlo así, pero también me han hecho hacerlo de esa forma. Estando en Primera y jugando muy poco, cada vez que saltaba al campo sentía que la gente me animaba. Sin tener motivo. Había otros, como Lucas, Guilherme, Adrián, Joselu... Lo más normal es apoyar a los habituales, pero yo sentía a la gente detrás. Luego llegó Seedorf y contó conmigo, y ahí ya el cariño fue abismal. Eso me hizo quedarme aquel verano. Fue un verano en el que la cabeza no paró, en el que hubo muchas ofertas, pero mi primera opción fue continuar y no me arrepiento, pese a que han sido años muy complicados hasta hoy mismo. Ese último partido, el momento más emotivo de la carrera, en el que sientes que estás en el ojo de todos pero que te falta ritmo, que vas sin piernas ni nada pero te cruzas España para que no se rían de ti. Y cuando acaba ese partido, y los quince o veinte tíos que hemos venido cada uno desde una punta nos juntamos y pegamos el grito... Por la gente, por el Deportivo, por Álex, por hacer justicia aunque solo pudiera ser en el campo.
—Fríamente, quizá no ganar ese partido habría venido mejor para la batalla administrativa, habrían involucrado a más equipos. Como el Elche. ¿Llegaron a echar esas cuentas?
—No creo que en ningún momento se hablara del Elche ni se echaran cuentas. Desde el primer momento en que llegamos, cuando el míster se puso a hablar... La realidad es que de verdad vinimos pensando que iba a ser una pachanga, un partido de feria y ese paripé del que tanto se habló. Pero el míster no tenía eso en la cabeza. El mismo jueves, cuando nos pusimos a entrenar, nos dijo: «Chicos, yo este partido lo quiero ganar y hay motivos suficientes para hacerlo». En ningún momento se habló de cuentas. Simplemente, por orgullo, para que vieran que a pesar de adulterar absolutamente todo, de habernos engañado, de quererse reír... Se iban a tener que reír solo hasta cierto punto. En el campo no lo iban a poder hacer. A eso vino Beuvue desde donde vino, a eso vino también Christian Santos para no jugar. Por orgullo. Constantemente nos llegaban mensajes de ánimo y peticiones de que defendiésemos el escudo. Y cuando cada uno se subió a su avión para venir, lo que te decían era «gracias». Por supuesto que eso fue lo que comentamos luego en el vestuario. Ahí estaba el motivo por el que volvimos: para tirar ese penalti todos juntos, para alegrarnos, para mirar a la cara al entrenador rival, ver que había perdido su eliminatoria en el último minuto, y decir «hasta aquí; hasta aquí os vais a reír de nosotros».
—A ese partido se apuntaron jugadores que apenas habían contado durante la temporada, como Christian, y otros muy señalados por sus actuaciones como Montero. Jugadores que sabían que no seguirán en el Dépor. ¿Esperaba esa respuesta?
—Más allá de ser futbolista, pertenecer a un club o a otro, estás en tu casa y has sido partícipe de un año desastroso. Podemos pensar en Montero, por ejemplo, y ver que esto va más allá de que te hayan pitado o que hayas estado mejor o peor. Eres persona y piensas en lo que debes o no debes hacer. Ahí entran los valores de cada uno. Y esto, lo que cada uno hizo, me gustaría que diera más valor al futbolista como persona, no como profesional. Al ser humano. La decisión era de cada uno. Ya nos habíamos ido. Montero, Beauvue, Christian... Todos teníamos más que perder. Vuelves falto de ritmo y de todo, después de semanas sin hacer nada, y sabiendo que te pueden meter cinco, que te pueden pintar la cara y que vas a acabar todavía más señalado, que esto puede afectar al futuro. Pero el deber personal es ir y jugar. La decisión la toma la persona, no el profesional.
—Una muestra de implicación que vuelve aún más incomprensible la filtración del audio de Álex Bergantiños
—Eso no lo logramos entender. Seguro que no se va a saber quién ha sido porque no habrá una persona lo suficientemente valiente para reconocer lo que hizo. Aún seguimos perplejos. Seguramente haya sido alguien sin mala fe, porque no creo que nadie del grupo pudiera pensar en hacer daño premeditadamente al Deportivo y mucho menos a una persona como Álex Bergantiños. A mí lo único que me alegró de ese incidente fue ver el cariño que recibió Álex de todas partes. Ese apoyo es el que se habría merecido todos los días si la gente supiera bien todo lo que ha hecho por el club. Ojalá quien fue diera el paso al frente, admitiera su error y pidiese perdón. Por desgracia, creo que no sucederá.
—El incidente, inevitablemente generaría cierta desconfianza en esos días previos al partido.
—Coincidí con Álex y su familia en el avión en Madrid. Fui de las primeras personas que habló con él y cada uno tenemos nuestra sospecha, pero es algo que creo que no va a salir. Hizo mucho daño al grupo porque al final fuimos gente que se apoyó en un año especialmente duro. Lo que quizá más me dolería es que en ese momento de absoluta emotividad que fue el grito en el que acabó el partido, esa persona hubiera estado ahí. Espero que no.
—Creo que en cada mercado de fichajes le he preguntado al menos una vez si iba a irse. Esta vez, ¿se va?
—Lo he hablado tantas veces con la gente más cercana. Muchos preguntan cómo es posible que quiera tanto a la ciudad y al club cuando desde el mismo momento en que llegué, en cada pretemporada y en cada mercado de invierno se dudó de si yo iba a seguir. Es algo que jamás entendí y que incluso a mí me generó dudas en algunos momentos. He llegado a dejar de alquilar una casa y decirle a mi agente que iba a quedarme dos o tres semanas de hotel porque leía o escuchaba en varios sitios que me querían fuera y no sabía si me estaban buscando equipo. Con la mano en el corazón lo digo, este, el Deportivo, es mi club y mi casa. No sé lo que va a suceder. Acaba el partido y damos el grito, después me fui a sentarme al banquillo a quedarme solo en el estadio y cerrar los ojos, pensando que quizá esto se puede haber acabado. ¿La verdad? Hemos hablado con el club y siempre ha estado dispuesto a que continúe. Ellos lo han hecho todo muy bien y ahora será elegir. Mi sensación cuando me cambian por Keko es que estaba dando los últimos pasos en Riazor. Por un lado sí está esa sensación de que el recorrido se tiene que acabar y... Bueno, pues que va a ser ahora.
—Y si se va ¿Qué se lleva?
—El cariño, claro. Siempre he sentido más cariño del que debiera. Mi figura en el Deportivo ha sido complicada. Los dos primeros años participé a cuentagotas, en el último momento, y de repente ya era válido. Eso fue lo más complicado, con cada gol que metí en Primera sentí mucha rabia. O cuando salió Seedorf a preguntar dónde había estado todo este tiempo. Ahí sentí tanta rabia... Pero mientras todo eso pasaba, nunca vi que la gente me tratase mal, todo lo contrario. A la afición la he notado siempre de mi lado y eso me llevó a lo que pasó el día en que en teoría íbamos a jugar contra el Fuenlabrada. Nuestro bus está dividido en dos partes, y a partir de la puerta de atrás empiezan unos sofás. Yo me senté al lado de esa puerta, con el Pelón a mi lado. Con Mollejo. Me había levantado esa mañana con una sensación de agobio, de que iba a ser mi último partido con el Dépor, y en el momento en que dimos la curva y vi a la gente alrededor del estadio... Pues en lugar de alegrarme me dio por romper a llorar. Y pensé, coño, qué pena todo esto tan bonito que se acaba. Después Mollejo lo usó para vacilarme, pero es que siempre he percibido cariño por parte de la gente. Y yo me quedo con eso, con mi relación con los entrenadores que he tenido, con que puedo mirar a todo el mundo a la cara y presumir de que he sido profesional hasta el último momento. Llegué para demostrar que tenía sitio en este equipo y no sé si lo habré demostrado o no, pero creo que he conseguido el respeto de mi gente, da igual de lo que haya tenido que jugar. En su momento hubo la coña de que jugaba de todo y de nada; como con Gaizka, que entrenaba en todas las posiciones del campo y luego no jugaba en ninguna. Pero mira, eso me ha llevado a donde estoy y firmaría volver al mismo punto: jugar lo que he podido jugar, pero ganarme el respeto.
—El cariño y un futuro como centrocampista. ¿Se había imaginado en esa plaza?
—Como he vivido tantas situaciones en este Deportivo, cuando llegó Fernando y me empezó a ubicar por el centro y luego siguió haciéndolo pese a los cambios que iba introduciendo, empecé a pensar en intentar hacerlo lo mejor posible ahí. En el tiempo que pasó hasta que jugué, el míster habló conmigo y me dijo que me veía en esa posición, que le gustaba lo que podía aportar y que necesitaba llegar a ser el mejor en ese puesto. Lo que me sorprendió fue el momento en el que me dio la oportunidad, especialmente cuando me sacó en Tenerife. Salí a calentar con Vicente y le dije «Vicen, aprieta que Uche está muy jodido». Luego cuando vi que me elegían a mí, hasta le pedí disculpas. Pero así es Fernando. Esta pequeña locura que pudo tener conmigo la ha tenido toda la vida y le ha llevado a entrenar durante muchos años en Primera, a conseguir ascensos, a ser una marca de este Deportivo. Por algo será. El fútbol es incontrolable y si es una persona tan apreciada y con tanto éxito algo de lucidez tendrá en su locura.
—¿Qué es lo que ve la gente que trabaja con él, debajo de esa locura?
—Es una persona muy característica en el campo y en los entrenamientos. Quizá ahora, cada vez que echa a correr se le ve diferente, pero esa locura es Fernando en estado puro. Fernando está ahí no solo por saber decirte «ánimo chico, lo vas a conseguir». Llegó y puso una línea de cinco cuando nadie había sido capaz de ponerla. No está donde está porque hable bien, tiene unos conocimientos que sabe aplicar. Es cierto que el personaje alrededor de Fernando es muy grande, que se ha convertido en figura del deportivismo, pero a mí me gustaría que el personaje nunca llegue a comerse al entrenador que hay ahí.
—Y a temporada cerrada, al menos sobre el césped. ¿Qué ha pasado?
—Esa es la única pregunta que no te voy a poder responder. Te diré que es fútbol. La plantilla no se ha confeccionado para estar donde hemos estado todo el año, ni estos mismos jugadores rendirán a un nivel tan bajo el año que viene. Ni lo hicieron el año anterior. Si la temporada que viene pones a los mismos chicos en otra plantilla el año que viene, no tengo duda de que van a rendir, mucho y bien. Parece mentira pero aquí pesa mucho el escudo. A veces demasiado; especialmente, cuando las circunstancias se dan en contra. Lo he vivido en mí. Llegué como un hombre de desborde puro, pegado a banda, con capacidad de asumir riesgos, pero de repente la cabeza no me incitaba a hacerlo. Me pedía jugar fácil. Y cuando lo hace uno, el de al lado, el siguiente... El equipo no progresa, se atasca sin un plan. Al final vas directo al desastre. En este trabajo lo más importante es la cabeza. Más importante que el cómo le pegues a la pelota o lo bien que estés físicamente. Con la cabeza limpia, todo funciona. Cuando no te come el objetivo, como nos sucedió el año pasado. Lo hablábamos en el vestuario: era tan necesario llegar al objetivo, tan inevitable, que nos hacía daño. Y este año ha sido lo mismo, prácticamente. Hemos juntado la poca experiencia de la plantilla con una situación delicada y la ambición obligada. Ha sido demasiado.
—Hay quien sostiene, también dentro del club, que no se ha asumido el nuevo escenario, que ese pasado ahora ya lejano es lo que hace que a veces el escudo pese en exceso.
—Es así. He estado en clubes como el Oviedo en Segunda B en el que al final salió todo perfecto, pero ibas primero a nueve puntos del segundo y te asustaba que te recortasen distancia, solo pensabas en que eras el Oviedo y tenías que dejar al resto a diez o quince puntos. La presión nos pasaba factura. Aquí ha ocurrido. El año pasado hicimos un temporadón hasta el último momento, y de repente llegó el bajón y sentimos que nos comía, estábamos agobiados. Y esta temporada, pues un poco igual. Al Deportivo no se llega porque sí, aquí hemos tenido muy buenos jugadores, pero nos ha superado a veces el peso de ese escudo, que es cierto que es muy grande y que todo lo que haces aquí tiene mayor repercusión, pero hay que tener cuidado para que no se vuelva en contra. Especialmente con los más jóvenes.
—¿Con qué momentos se queda? Entre lo bueno y lo malo
—Creo que mi gol más importante aquí fue contra el Málaga. Por encima de los de Primera. El momento más duro de mi carrera fue el partido de Mallorca. El dolor que sentí entonces no lo he sentido jamás. A la vuelta, en el avión, ni se escuchaba respirar. Estábamos en shock. Ni siquiera éramos conscientes de lo que había sucedido. Y el año más duro... Este, sin duda. Mira que hemos descendido de Primera, que he estado tiempo sin jugar, entrenando de lateral o en cualquier puesto, sabiendo que no iba a ir convocado, pero lo de este año... He estado once partidos sin salir al campo un minuto y ahí te cuesta levantarte todas las mañanas para ir a entrenar. Eso lo voy a tener guardado para cuando en mi vida lleguen malos momentos, para que me impulse. Luego, ya lo he dicho: lo del partido del Fuenlabrada fue lo más emotivo que me ha pasado nunca en el fútbol.
—En Mallorca se vivieron además escenas de una tensión incomprensible, había una animadversión contra el Dépor que se ha vuelto a percibir en este final de temporada. ¿A qué lo achaca?
—No soy capaz de entenderlo. No entendí en su momento cómo nos trató el Mallorca en Riazor, la cantidad de insultos que allí hubo, más allá de los nervios y la tensión de un play off. Y luego, lo que sucedió allí. Estoy hasta convencido de que lo de pararse el bus quince minutos al sol en medio de la carretera no fue casualidad. No logro entender lo que genera el Deportivo fuera. Pensé que transmitíamos algo bonito, pero ahora pienso si durante todos estos años no habremos generado envidia y odio. Cómo va a haber esa reacción contra este club en un caso como este del Fuenlabrada, en el que se nos ha maltratado claramente y en el que los únicos que hemos actuado ateniéndonos a los reglamentos hemos sido nosotros. Veo periodistas de otras ciudades transmitir que el único culpable es el equipo que fue al campo, que hizo las cosas bien, el que no ha fallado ni ha sido irresponsable. A partir de ahí, el club lucha por lo que merece.
—Defiende que la competición se adulteró, pero no todo el mundo comparte la trascendencia del horario unificado.
—Pues claro que no tiene nada que ver. Lo he vivido y no es lo mismo enterarte de que tu rival ha marcado que saber que le acaban de marcar. No funcionan de la misma manera tu cabeza, ni tus piernas, ni nada en tu cuerpo. La unificación horaria se estableció por algo, se fue contra eso y se ha creado una película que como ya he dicho va de alguien que quiere tenerlos más gordos.
—Ha estado muy activo en la defensa de los intereses del Dépor, sobre todo en redes sociales. Le quedan varios años de fútbol. ¿En algún momento pensó en que su papel pueda atraer represalias?
—Es cierto que el fútbol va más allá de ser un trabajo porque es difícil llegar, jugar e irte, pero al final es una profesión. A mí no me genera ningún miedo expresarme, si me repercute el decir la verdad, pues esto es un trabajo que genera el dinero para vivir, pero la vida, mi vida, va por otro lado. Junto a mis valores y mi forma de ser. Separo mucho. En estos días he sido crítico en redes sociales, algo que nunca antes había hecho, pero es que lo que nos ha pasado me parece una barbaridad. Me genera una tristeza terrible ver cómo al final todo son conveniencias, amistades y negocio. De chaval ves otra cosa, la pelota, el campo, los aficionados, la diversión... Luego ves el negocio y que para quienes lo manejan no tiene mayor valor que ese. Que la gente grite o llore genera dinero, y hasta ahí. Eso me hace saltar. Es una pena que al final sean ellos los que lo lleven a donde lo quieren llevar.
—Su agente ha jugado también un papel importante en el caso Fuenlabrada.
—Rodrigo es una persona demasiado justa. Cuando ve un engaño, va a por la verdad a muerte. Y así ha ocurrido. Hasta le llegué a decir «Rodrigo, no te metas», porque yo sabía contra quién estaba luchando. Pero le ha dado absolutamente igual todo con tal de contar la verdad. Luego salen diciendo que si vive en A Coruña y chorradas así. Lo que ha hecho es contar qué pasó, lo que le dijo su jugador. Estoy muy orgulloso de él.
—¿Y del papel de AFE? ¿Se han sentido desamparados?
—Ya con la pandemia y la reducción de contratos, a todos nos habría gustado que nuestro sindicato estuviera pendiente y hubiesen sido ellos los que dieran el paso para el bienestar de todos los jugadores. He sentido que no han sido valientes y me han dejado un mal sabor de boca. No logro entender las negociaciones que cada grupo de capitanes hemos tenido que mantener con los clubes. Aquí tuvimos mucha suerte porque no fue ni una negociación, hablamos con el presidente y el consejo y llegamos a un acuerdo muy rápido porque es un club señor, pero me consta que ha habido muchos jugadores que han atravesado graves problemas al negociar esos contratos. No creo que sea el jugador a quien corresponda negociar por su cuenta. Ahí ya me empecé a sentir desamparado, igual que con todo esto. Me habría gustado que nuestro sindicato diera un paso adelante y dejara claro que a los jugadores no se nos iba a torear, que hubieran propuesto una reunión de urgencia, una videollamada o algo para hablar de la jornada. Seguramente iban a recibir palos, pero si estás en tu casa en el sofá y eres un instalador de antenas, recibirás palos cuando no llegue la señal, y si eres de AFE, te tocará dar la cara por los jugadores y arriesgarte a que te la partan.
—Han sido cuatro temporadas de cambios constantes y de convivencia con un montón de jugadores y técnicos. ¿A quién menciona después de la criba?
—Me llevo muy buenos amigos, aunque siempre hay personas que sobresalen por encima de otros. Quizá el caso de Celso Borges, que lo bueno que tiene es que todo el mundo piensa lo mismo de él: tiene una calidad humana increíble. Lo conozcas más o menos, genera algo positivo a su alrededor y de eso es de lo que tiene que rodearse el deportivismo. Pero si te soy sincero y me tengo que quedar con personas, me quedo con el staff. Me emociono cuando hablo de ellos porque para mí han sido una auténtica familia. De Adán, el fisio, de Antón, que ya no está, de Dani, de Lariño, Gabi el psicólogo... La gente que realmente está detrás, que sin darte cuenta te inculca unos valores. No os podéis imaginar, la gente ni se imagina, la cantidad de cosas que aguantan esas personas. De malos comportamientos, contestaciones, malos momentos que tienen que resignarse a vivir poniéndote encima una sonrisa. Esa gente que recibe tan poco y da tanto... Esa gente. Esa gente tiene que aguantar cada cosa. Porque que te manden a tomar por culo un día, pues no pasa nada, pero si son tres o cuatro veces porque resulta que tiene mucho carácter... Y encima poner buena cara y seguir ayudando y remando porque tu vida es el Deportivo y se trata de sumar. Si tengo que quedarme con alguien, me quedo con esa gente porque para mí no están valorados, no se las tiene en cuenta y son los pilares fundamentales de un club. Y de este, con toda la inestabilidad que hemos vivido, más.
—Las escenas desagradables han ido desapareciendo del vestuario intencionadamente. Hubo un momento en que se decidió priorizar el buen ambiente en el grupo.
—Llegué con Tino y Richard Barral y la confección de la plantilla era totalmente diferente a lo que hizo Carmelo del Pozo. Se venía de un vestuario difícil, de personas con mucho carácter y mucho ego y cuando llegó Carmelo me llevé una alegría porque sabía que iba a primar el vestuario. Así había sido en los años que habíamos coincidido. Sé que ha rechazado grandes futbolistas por no destrozar la relación en el vestuario. Futbolistas que por mucho que ilusionaran en los primeros partidos, a la larga iban a causar problemas. Para mí el vestuario de estos dos últimos años ha sido maravilloso. Personas nobles, con una ilusión terrible. Luego te sale una rana que es la que te hace daño en el último momento y se convierte en un chivato, pero durante estos dos años han sido problemas cero en el vestuario y enfados cero. Los años anteriores habían sido de muchos problemas, con mogollón de discusiones. He vivido peleas a mi lado que no me he creído. Mi visión del fútbol es diferente a la de muchos compañeros, jamás me pegaría con alguien por jugar o porque me quite el balón. Es cierto que cada plantilla es un mundo, pero me quedo con la de los dos últimos años incluso habiendo salido tan negativamente a nivel deportivo. El día a día ha sido maravilloso. Creo que la gente también es consciente de que dentro había enfados, peleas, puñetazos, poca estabilidad... Lo que duele es que cuando consigues esa estabilidad, a nivel deportivo se va todo al garete.
—No hay entrenador que no le haya pedido cambios en su juego ¿Cansa?
—Me ha pasado toda mi carrera, aunque llega un momento en que duele. «Borja, con lo potente y rápido que eres tíratela larga y encara todas las veces», «Borja, conduce hacia adelante», pues quizá sí, pero es que yo también quiero ser dueño de mi destino. A mí me gusta tener el balón, relacionarme, y prefiero hacer una pared a una bicicleta. Interiormente, o con gestos, tratas de dejar claro que no eres ese futbolista, que ya has alcanzado una madurez y que también quieres hacer las cosas de una manera. ¿Qué no estás explotando al máximo tus cualidades? Quizá sea así, pero yo soy feliz jugando de una manera y eso no va a cambiar porque venga Seedorf, Anquela, Fernando o Guardiola. Me adaptaré y trataré de hacer lo que me piden, pero mi fútbol es mi fútbol y la persona que quiera contar con Borja Valle tiene que saber cómo es Borja Valle.
—Varios de esos técnicos le han visto condiciones para el banquillo. ¿Esos momentos difíciles le resultan un aprendizaje útil para ese futuro?
—Jamás seré entrenador. Seguramente me quede con esa espina porque me gusta el fútbol, es mi vida, y me gustaría permanecer ligado a ese mundo, pero creo que tengo tomada la decisión al cien por cien. Cuando Fernando me decía: «tú vas a ser entrenador, seguro», yo le contestaba: «Que no, míster, no seas pesado». Porque tengo la sensación de que no valgo para tomar una decisión que repercuta tan directamente en alguien, para bien o para mal. No creo que pudiese vivir la situación de ver a una persona que se mata trabajando y no ponerlo, decidir que juegue una persona que te puede decidir un partido en el minuto 90 aunque no corra, por delante de otra que trabaja. No podré tomar ese tipo de decisiones. Lo más parecido que podré ser, será un segundo. No creo que nunca pueda tomar una decisión que influya tan directamente en el futuro de una persona.