Los gallegos Luis Otero, Moncho Gil y Ramón González integraban una selección española que hace cien años empezó a ser conocida como la «furia roja» y que un 5 de septiembre de 1920 consiguió la primera medalla olímpica del fútbol español

charo alonso

La bandera olímpica, la de los cinco aros, se alzó por vez primera en los Juegos de Amberes de 1920, los primeros en celebrarse tras la Primera Guerra Mundial. Azul, amarillo, negro, verde y rojo se entrelazaron para siempre hace ahora cien años y se convirtieron en un símbolo de unión entre los cinco continentes. Una unión que, sin embargo, no se demostró en el terreno de juego. Las heridas todavía estaban abiertas y el Comité Olímpico Belga decidió vetar la participación de los países que habían salido derrotados en la Gran Guerra. Por eso, los de Amberes también son conocidos como los juegos de los vencedores. En ellos se celebró, también por primera vez, la ceremonia inaugural, con su juramento, y se estrenó el himno olímpico. Podría decirse que el año 1920 fue el de las primeras veces. También para el deporte gallego y español.

Bélgica fue el escenario del inicio del éxito de la selección española de fútbol y abrió el camino para Galicia en el podio olímpico. Los gallegos Luis Otero, Moncho Gil  y Ramón González integraban una escuadra formada por nombres míticos como Zamora, Arrate, Pagaza o Pichichi que, contra todo pronóstico, un 5 de septiembre de hace cien años pelearon y consiguieron la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Amberes. Un galardón que en ese momento se consideró como un subcampeonato del Mundo, ya que la competición intercontinental todavía tardaría diez años en crearse.

En Amberes nació la «furia roja» y todo empezó con una frase, aunque probablemente sonase como un grito de guerra. El «¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo a todos!», de Belauste se convertiría en mito. Aunque técnicamente la gesta comenzó el 28 de agosto en Bruselas, y no en Amberes, con la primera victoria de la historia de la selección ante Dinamarca. Allí llegó la representación española después de varios días de tren, viajando en tercera clase. En esos años, el fútbol no hacía millonarios. Es más, a ellos «les costó dinero ir a Amberes», aseguró mucho tiempo después una hija del jugador gallego Moncho Gil.

Los daneses, con combinado nacional desde hacía más de una década y subcampeones en dos competiciones olímpicas, eran uno de los grupos favoritos. En frente, una selección española jovencísima y extremadamente primeriza dirigida por Paco Bru. Para muchos de los jugadores el viaje a los Juegos supuso su primera salida al extranjero y se lo tomaron como lo que era, una gran fiesta. Pero las miradas por encima del hombro de Dinamarca se terminaron pronto.

En el descanso, los favoritos se dieron cuenta de que se habían encontrado con un hueso duro de roer. El pontevedrés Luis Otero fue uno de los titulares de una infranqueable defensa nacional, liderada por el gigante Belauste —sus 1,93 metros de altura contrastaban visiblemente con los 1,70 de media del resto de la plantilla—, con un Zamora de 20 años de edad apabullante bajo palos y más sueltos en ataque de lo que sus rivales esperaban. Patricio sería el encargado de marcar el primer y único gol del partido. Y el primero en la historia de la selección. «Dinamarca ha sido vencida por la furia española», titularon los medios al día siguiente. Y la fiesta fue tremenda. Quizás demasiado.

La maldición de cuartos

Las secuelas del esfuerzo físico de un duro primer encuentro y de la prolongada celebración posterior —quizá más esta última— fueron los causantes del comienzo de la que hoy en día se conoce como la «maldición de cuartos». Bélgica, la anfitriona, esperaba al día siguiente totalmente descansada. Un partido desastroso de los españoles, supuso caer en esa ronda por un 3-1 ante los belgas, que acabarían logrando el oro olímpico. Esta derrota mandó a España al torneo de consolación. Una competición paralela para los derrotados y cuyo ganador se enfrentaría por el bronce con el vencedor del duelo entre los dos semifinalistas perdedores.

El nacimiento de un mito

La selección no quería irse de vacío, estaba motivada y completamente determinada a llevarse a casa algo más que las anécdotas del cabaré al que acudían noche sí y noche también. Los gigantes de Suecia fueron los primeros rivales de España en el torneo paralelo.

La selección perdía al descanso por 1-0. Años más tarde, los jugadores todavía recordarían ese partido como el «más sucio, duro y fuerte» que habían disputado en toda su vida. Agotados y doloridos los españoles encararon una segunda parte que pasó a la historia gracias a la emblemática jugada que dio origen a la famosa frase. Sabino se preparó para lanzar una falta cerca del área, Belauste lanzó el grito y fue con todo. Y vaya si arrolló. Balón, cuatro suecos, el portero y el propio Belauste terminaron dentro de la portería. España empataba el partido y a minutos del final lograba la victoria con gol de Acedo por la escuadra.

A esa victoria le seguiría la del partido contra Italia. Dos goles de Sesúmaga pusieron a España con los dos pies en la siguiente ronda tras un encuentro tranquilo y de pases cortos. El germen del tiquitaca. En ella participaron Luis Otero y el vigués Moncho Gil. Como anécdota, otro gallego, el coruñés Ramón González, también formó parte de la expedición a Amberes, pero se pasó todos los Juegos ingresado en un hospital de la Cruz Roja después de haber viajado enfermo.

Del bronce a la plata

España llegó a la ronda final del torneo de consolación. Iba a luchar por el bronce contra los Países Bajos. Podía irse con una medalla para casa. Sin embargo, antes de ese partido se disputó la verdadera final. Bélgica contra Checoslovaquia. Los belgas iban ganando 2-0 cuando los checos decidieron retirarse del partido, indignados contra el arbitraje, por lo que fueron descalificados. Bélgica se coronó campeona olímpica y se estableció que el partido que iba a ser por el bronce fuese para pelear por la plata.

El 5 de septiembre de 1920 España hizo historia. En el Estadio Olímpico de Amberes ganó 3-1 a los Países Bajos. Nuevo doblete de Sesúmaga y remate de Pichichi para lograr la primera medalla olímpica de la selección española. Los gallegos Luis Otero y Moncho Gil fueron protagonistas en el duelo que cubrió de gloria a un grupo de futbolistas aficionados, frescos y totalmente espontáneos.

El éxito tardaría muchas décadas en repetirse. La profesionalización y la separación de la selección olímpica de la absoluta no ayudaron al palmarés del fútbol en los sucesivos Juegos, y tendría que esperar hasta 1992, en Barcelona, para lograr una nueva gesta: el oro. Ahora, un siglo después, la plata de Amberes todavía reluce.