
El musculoso vigente ganador del US Open, el favorito dispuesto a someter el campo con una pegada nunca vista, arranca el Masters de forma discreta
12 nov 2020 . Actualizado a las 22:32 h.Bryson DeChambeau llegó al golf profesional en el 2016 con una estética definida, por su peculiar boina, y una etiqueta, la del deportista científico, un graduado en Física que diseñaba sus propios palos en contra del estándar: la mayoría tenían la misma longitud para facilitar un idéntico swing en cada repetición con los hierros, independientemente de la distancia hasta el hoyo desde la que se golpease. Durante el confinamiento de la pasada primavera por la pandemia, le dio una vuelta de tuerca a su particular concepción del juego: con un trabajo de musculación salvaje y una extravagante dieta generosa en batidos y proteínas que le reporta casi 3.500 calorías diarias, pretendía demostrar que si ganaba decenas de metros de distancia estaría más cerca del éxito. En septiembre plasmó en el US Open de Winged Foot (Nueva York) su gran obra, porque su victoria planteaba un dilema, si su personalísimo método podía convertirse en un nuevo paradigma. Hace tres semanas compartió la estadística de un driver nunca visto, cuyo vuelo alcanzó los 368 metros antes de que tocara el suelo, sin contar el ruedo posterior por el campo. El hype alrededor del golfisa forzudo —una estética en las antípodas del golf clásico concebido como un juego de habilidad en el que también era necesaria la potencia— fue tal que llegó al Masters convertido en indiscutible protagonista y favorito. Por eso el martes se permitió compartir ante la prensa los lugares adonde llegarían sus zambombazos de salida en Augusta, una estrategia nunca antes vista en el paraíso del golf. Este jueves, abrió su participación con una cura de humildad: le costó llevar la bola por los rincones imposibles donde planeaba, hasta terminar la ronda con 70 golpes (-2).

Justo fue en el emblemático hoyo 13 de Augusta, que el club rediseñó el pasado invierno para plantear un nuevo reto para los pegadores que habían dejado obsoleto el desafío original que presentaba esa calle, donde el camino de DeChambeau se empezó a torcer. El tee se retrasó este año 20 metros para que los bombarderos no pudiesen atajar, volando la bola por encima de los árboles de la izquierda, en lugar de buscar un golpe con efecto de derecha a izquierda, que requiere más habilidad. De esta forma, además, para esos atletas que consiguen más distancia a golpetazo limpio, los árboles de la derecha de la calle volvían a suponer una amenaza, al estrecharse el camino donde podía caer la bola. Justo allí, entre esos troncos, terminó el latigazo con el driver de DeChambeau, cuyo segundo golpe desde la pinaza del 13 salió descontrolado hasta perderse en los arbustos de la izquierda. El tercer golpe se lo anotó su dropaje; el cuarto, un mal chip con el que avanzó apenas tres metros; el quinto le llevó al fin al green; con el sexto falló un putt de apenas un metro, y con el séptimo terminó su martirio. Cura de humildad en forma de doble bogey para quien unas semanas antes se arrogaba el mérito de estar «cambiando la forma en que la gente piensa en el golf». El saldo del favorito, después de cuatro calles, era de +2. ¿Una anécdota o un síntoma de que no deberían faltarle al respeto a las calles de Augusta?

Nadie alcanza la distancia del científico del golf: sus drives llegan de media a 320 metros a una velocidad de 310 kilómetros por hora, por los 240 metros de promedio en el PGA Tour. DeChambeau se recuperó del golpe con entereza y sendos birdies en el 15 y el 16. Y le ganó otro golpe al campo en el 2, pero su estreno estuvo muy lejos del festival que había anunciado, ni por precisión, ni por resultados. Se dejó otro error en el 7, lo compensó con un birdie en el 8 y se despidió a lo grande en el 9. Conectó un driver monumental de 333 metros para restar otro golpe en su tarjeta. Pero el espectáculo, en un día asequible, lo pusieron otros.
Rahm luce la paciencia que aprendió de Woods
Como su temperamento y su carácter ganador no le van a abandonar nunca, Jon Rahm llegó esta vez a Augusta convencido de que tenía que convivir con el error. Asumir bogeys sin martirizarse, entender que las oportunidades perdidas de birdie forman parte del camino hacia el título, siempre que la frustración no le lleve a un torbellino de autodestrucción. Así lo anunció el martes ante la prensa. «La principal lección de Augusta es que no hay que jugar perfecto para ganar, sino hacerlo lo mejor posible con lo que tengas en cada momento y no ser más ambicioso de la cuenta. En el pasado me he equivocado con eso. He sido muy agresivo y he logrado algunos birdies, pero también he hecho algunos números muy altos. He visto muchos domingos del Masters por la televisión e internet y todos los campeones comenten errores. Se pueden cometer fallos y ganar el torneo», reflexionó el jugador de Barrika. El discurso resulta fácil, pero el número 2 del mundo lo tuvo que aplicar, para su desgracia, desde sus primeros pasos por este reinventado Masters de noviembre. Porque se dejó un bogey en el hoyo 11, en el que remó contracorriente después de un error desde el tee, y otro en el 12, con una salida al bunker y un par de putts. A continuación comenzó su festival de birdies en el 13, 15, 18 y 3, con eagle incluido en el 2.

El campo estaba receptivo. Una tormenta había obligado a parar el torneo durante casi tres horas antes de que los favoritos comenzasen a jugar. Tal cantidad de agua ralentizó calles y greenes, y al mismo tiempo impidió que los partidos de la tarde se completasen. Un atasco que, con el condicionante de las horas de luz en pleno noviembre, dificultará que el torneo pueda terminar el domingo a las tres de la tarde.
Pero a Rahm le costaba ganar golpes con el putt. Contados embocó por encima de los tres metros. Hasta que en el green del 7 se dejó un bogey por su falta de finura con el palo más corto. Un frenazo en su remontada antes de irse a descansar con un acumulado de -3, con la mitad de los jugadores todavía sin empezar su jornada.

Para la jornada de este viernes tendrá que recuperar la lección aprendida jugando junto a Tiger la segunda jornada del 2019, que dos días más tarde terminó con el quinto título de Woods en el Masters. «Hizo varios golpes bajo par en los segundos nueve hoyos. No lo consiguió con bolas dadas, ni mucho menos. Lo hizo embocando muchos putts de seis y siete metros, como tantas veces. Eso te hace ver que no tienes que jugar perfecto. Solo tienes que ir al sitio correcto para permitirte una oportunidad de birdie», razonó el martes Rahm, que ya acumula un buen saco de experiencias en Augusta para atacar con templanza este viernes la segunda jornada (Movistar Golf, 16.30). Porque fue vigesimoséptimo en su debut, cuarto en el 2018 y noveno en la última edición.
Woods iguala su mejor primera ronda en Augusta
El jueves del Masters, como explicó Jon Rahm al terminar su vuelta, no es fácil, pero menos aún para los jugadores que se despertaron con noche cerrada y alteraron sus rutinas por culpa de la tormenta, saliento a un campo en unas condiciones nunca vistas. Por su preparación otoñal y por la cantidad de agua que habían absorbido sus calles y greenes. «Cuando te levantas a las cuatro y media de la mañana, calientas y, justo de camino al tee, te paran... Se ha suspendido el juego y hemos esperado dos o tres horas. Es un poco complicado luego hacerte a la idea de cómo va a estar el campo. Una vez he visto cómo rodaba la bola y cómo reaccionaba en las calles y los greenes, me he acostumbrado. No puedes ganar el Masters el primer día, pero sí lo puedes perder», defendió el español.
En esas condiciones consiguió Tiger Woods igualar su mejor registro de una primera ronda del Masters, con 68 golpes (-4), los mismos que en el 2010. El cinco veces campeón del Masters firmó una tarjeta libre de fallos, que incluyó golpazos como la salida del 16, que dejó a apenas un par de palmos de la bandera, o el putt de unos seis metros del 1.

Tiger afronta el Masters sin apenas rodaje, y después de año y medio difícil, en el que solo se anotó el triunfo en el Zozo Championship, en Japón, en octubre del 2019.
El Masters, el torneo de los veteranos, vio cómo el campeón de 1987, Larry Mize, a sus 62 años, se apuntaba un resultado de dos golpes bajo par.