La atleta madrileña, operada de cáncer de mama en octubre, ganó el bronce en 3.000 metros justo antes de empezar la radioterapia
31 mar 2021 . Actualizado a las 11:29 h.Toque de campana en Gallur. Faltan 200 metros para cruzar la meta y el triunfo se le escapa a Beatriz Morillo, que lleva catorce vueltas remando a 3:49 el kilómetro, cuando se queda sin cambio para responder al ataque de la vencedora y también de la segunda. Bea sufre en las últimas zancadas, pero se cuelga el bronce finalmente. Un tercer puesto en 3.000m en el Campeonato de Madrid Máster que parece pequeño en las vitrinas de esta veterana atleta, que llegó a ser campeona nacional universitaria de 10.000m y ha batido dos récords Guinness de 10km y media maratón corriendo con el carrito de sus hijos. «Sin embargo, es mi medalla más especial, y eso que no pone ni el año. Aunque sea lo escribiré yo con permanente: 18 días después de terminar la quimioterapia».
«Hoy (por el lunes 29) he ido a hacerme mi primer tatuaje, esto que te marcan unos puntitos para colocarte en la máquina de la radioterapia», bromea para romper el hielo, irradiando un positivismo que está siendo clave en su lucha contra el cáncer, en la que nunca se ha sentido sola: «Mi madre, que es mi heroína y mi ejemplo a seguir, mis niños, mi marido, mis entrenadores Javi y Aitor, mi fisio, mis amigos. Incluso gente que no te conoce te muestra cariño».
Esta carrera de fondo comenzó con una mamografía el 10 de agosto de 2020, pero Bea lleva esperándola toda la vida. «Mi madre tuvo cáncer hace 27 años y yo me he hecho ecografías desde los 18. Esta era solo la segunda mamografía», explica, y a punto estuvo de no hacérsela. «Me tocaba en abril, pero con la covid la anularon, y gracias a Dios que en la playa se me encendió la bombilla de pedir cita y no dejarlo para 2021».
A partir de entonces, todo fue deprisa. «La oncóloga vio unas microcalcificaciones un lunes y el viernes ya estaba haciéndome otras pruebas.
Luego había que biopsiar», relata, y ya pasar por el quirófano, que en principio era el punto final de su enfermedad. «Me operaron el 8 de octubre, pero cuando abrieron resultó que se había extendido a los ganglios, por eso tuvieron que darme quimioterapia», añade.
Cinco tipos de madre En el momento del diagnóstico Bea tuvo miedo «sobre todo por los enanos, que son muy pequeñitos (Valeria tiene seis años y Gabriel, cuatro)».
Y si ella lo está llevando bien, sus hijos no iban a ser menos: «Como yo soy muy 'payasa' con el pelo al final se lo toman como un juego. Valeria dice que tiene cinco tipos de madre: la calva, la del gorro, la del flequillo, la de la peluca corta y la de la peluca larga. Me parto con ella».
En estos seis meses, Bea se ha sometido a doce ciclos de dos tipos diferentes de quimio, una menos fuerte, de ocho sesiones, y otra más agresiva, de cuatro, una cada 21 días. Y sin dejar de entrenar. «Es que el atletismo es mi estilo de vida», exclama la madrileña, de 38 años.
«Dos días después de salir del hospital le mandé una foto a mi amigo Nacho. 'Haciendo sentadillas con el cubo de las morcillas', decía. ¡Estaba haciéndolas con las bolsas de sangre del drenaje! Un poco por no perder tono muscular. A los quince días ya estaba subida en la bicicleta estática y al mes empecé a trotar».
Deporte terapéutico Durante la quimioterapia, «en la que a veces estaba destruida», el deporte fue además una recomendación de su oncóloga. «Me dijo que me iba a venir muy bien el ejercicio, que no parase de correr. Tampoco es un cansancio que tengas que estar durmiendo o sentado continuamente, una vez te activas se te quita el aletargamiento y luego te encuentras mejor», reconoce Bea, que complementa el atletismo con entrenamiento funcional: «Es muy importante mantener la masa muscular, yo además que soy tan delgadita, porque si tienes poca masa corres más riesgo de que te hospitalicen durante la quimio y los efectos sean más graves».
Entre un tipo de quimioterapia y el otro, Bea pudo darse «un paseo de 42 minutos» en la San Silvestre Vallecana. Nada comparado con su regreso a la pista cubierta. «Al principio no me lo creía, sentía mucha emoción por ponerme de nuevo en la salida. La última vuelta me costó ya un poco, pero disfruté mucho toda la carrera. Fui muy cómoda y al cruzar la meta sentí una satisfacción», admite.
A partir de la próxima semana le tocan quince sesiones de radioterapia y luego tendrá que tomar una medicación durante cinco años. Calcula que a finales de noviembre volverá a pasar por el quirófano para que le cambien los expansores por las prótesis definitivas. «Si me dejan seguir entrenando y puedo aguantar un poquito, mi idea es correr con mis compañeras del A. D. Sprint el Campeonato de España de Clubes de campo a través el 21 de noviembre y ya operarme después», confiesa Bea. «Luego tendré que pasar tres meses sin impacto, así que correr no va a ser viable, pero ya te digo que me subiré a la bicicleta. La vida es un regalo y hay que disfrutarla al máximo, aunque no me pienso morir de cáncer».