El equipo de Marcelino, irreconocible respecto a hace un mes, se batió entre la impotencia y la incomparecencia
18 abr 2021 . Actualizado a las 00:27 h.No contemplaba la historia balompédica española que un mismo equipo pudiese ganar el mismo título dos veces en un par de semanas. Quizá por ello el Athletic se mimetizó consigo mismo para ilustrar una partitura semejante. Pertrechado en un salvaje ejercicio de resistencia, pero incapaz de ofrecer casi nada a cambio que inquietara al rival. Apenas un intento de remate de Íñigo Martínez, en balón parado servido por Berenguer, y un golpeo mordido de Williams para llenar media parte de resumen.
Cuando en un equipo lo más destacado es el margen de acierto de sus centrales, algo no está funcionando bien. Otra vez, como ante la Real en el mismo escenario unos días atrás, Íñigo Martínez y Yeray —que solo concedió un resbalón lejano, bien auxiliado por Unai López— se erigieron en capitanes del aguante.
Nada más que achicar agua
El Athletic se marchó al asueto con un escuálido 18% de posesión. En la sala de máquinas, Unai y Dani Garcia se pasaron los minutos achicando agua. Incapaces de generar una alternativa, Munian se despidió al descanso de la final sin haber tocado la pelota en condiciones. Ni siquiera una de esas puñaladas que Marcelino diseña a la contra. El Atlhetic se llevó a la pausa el marcador como espejismo. Que bastante fue. Entró Vesga para sumar dos piernas en la sala pero nada varió. Unai Simón encedió el piloto de alarma con tres intervenciones casi consecutivas ante Griezmann, Pedri y Busquets. La gabarra ya no flotaba.
Un equipo irreconocible
Del Athletic de la Supercopa quedaba solo el trofeo en la vitrina. Griezmann dio el primer sopapo. El fútbol, a veces, es solo cuestión de tiempo. Si la Real contemporizó cuando se vio por delante, el Barcelona apretó cuando vio a su presa herida. De Jong golpeó pronto la otra mejilla. Se marchó Williams, con el gesto descompuesto. Marcelino cambió a tres, uno por línea, pero a la gabarra ya solo se le veía la popa. Messi, en dos patadas, se encargó de mandarla al fondo. El Atlhetic estaba hecho añicos.
La lástima de los aficionados del Athletic es no haber reconocido ninguna de las cualidades que presumían a los suyos hace bien poco tiempo en el momento decisivo de la temporada. Como si todas se evaporaran en el último mes. Que el equipo venía dando síntomas de flaqueza, tanto en lo físico como en el juego, era una realidad inquebrantable. El Athletic se dejó la sexta final de Copa, desde aquella última que ganó precisamente al Barcelona hace 37 años, en un ejercicio entre la impotencia y la incomparecencia. Difícil digerir en Lezama el final del cuento. Una temporada subrayada que remata con tachón. No por perder, por el modo de hacerlo. El sueño del triplete león derivó en una pesadilla para gatitos.