Las gradas de Balaídos estuvieron desiertas el viernes mientras que el domingo albergaron a 2.500 aficionados, abriendo tres sectores. La única diferencia entre los dos escenarios es que el viernes se jugó un partido de Primera División, catalogada como deporte profesional, y el domingo uno de Segunda B, considerada como categoría aficionada. Porque en Vigo había la misma incidencia por covid-19 los dos días e idénticos miedos por la variante india.
La ubicación de esta diferencia, en realidad, tampoco tiene demasiada importancia, se repite en muchos lugares del planeta deportivo. La clave es conocer cuál es el motivo de la diferenciación. Por qué las autoridades sanitarias han dado el plácet al regreso controlado y paulatino de las competiciones consideradas no profesionales y en Primera, Segunda y la ACB se optó por dejar el candado puesto, una decisión que no tiene trazas de cambiar pese a los intentos de Tebas.
Curiosamente, los mismos que han dado vía libre a esta apertura gradual en el denominado «deporte aficionado» son los mismos que se ponen en la trinchera cada vez que escuchan a las ligas profesionales reclamar un guiño para sus aficionados. Una diferencia que parece difícil de entender cuando todos los ensayos realizados han sido positivos y cuando en la NBA, la liga profesional por excelencia, una franquicia como Milwaukee regaló una vacuna de Pfizer por cada entrada para ver su partido ante los Nets.
Lejos de una solución, el problema incluso se extrapola al deporte aficionado y de base, en donde cada federación va por libre. Unos admiten un tope reducido tanto en pabellones como al aire libre y otros se han apuntado al streaming como solución al candado del deporte en directo cuando lo normal sería una resolución unificada. Todos iguales en base a unos criterios sanitarios, no de estándares deportivos.