
Jugó en los dos grandes, dejó el banquillo del Lugo enfrentado a Tino Saqués, y hoy disfruta con su hijo
06 feb 2022 . Actualizado a las 22:02 h.Ejerce como comentarista y sigue de cerca la progresión en el Granada de su hijo Luis mientras espera una llamada para regresar a los banquillos, en los que comenzó gracias al párroco del Valencia. Luis Milla Aspas (Teruel, 1966) tiene la percepción de que el mercado se ha olvidado de él: «No lo esperaba, pero tengo la sensación de que en España lo tengo muy complicado». Su última experiencia, como seleccionador de Indonesia, le llegó tras un breve paso por el Zaragoza y su temporada en el Lugo.
—Se marchó de Galicia de una forma un poco abrupta con el equipo bien posicionado.
—En Lugo me trataron muy bien, estaba muy contento en la ciudad y con los jugadores. Es un club muy familiar, pero también muy presidencialista. Se dieron una serie de situaciones y no me sentí cómodo. No había un entendimiento con Tino Saqués. No era bueno que yo continuara, ni para el club, ni para mí. Él tomaba las decisiones, no había una dirección deportiva clara. No he vuelto a hablar con él desde que me marché. Nunca se sabe, pero si hubiera tenido los gestores que tuvo Setién, podría haberme quedado más tiempo.
—Fichó por el Lugo tras pasar diez meses en los Emiratos Árabes.
—Fue una experiencia complicada. La mentalidad es muy diferente, sus valores no tienen nada que ver con los que se enseñan aquí: el respeto, la integración, la disciplina, el saber jugar en equipo... todo les cuesta. Iba muy poca gente a los campos. Un día, un jugador africano se levantó de la charla técnica. Imagínese. Otro, los jugadores no quisieron bajar a desayunar. Los futbolistas allí tienen mucho poder respecto a los técnicos y los clubes.
—Fue un cambio de aires tras cuatro años en la Federación Española.
—Me llamó Fernando Hierro. Estaba buscando seleccionador sub-19. Quería meter a Luis Enrique, pero le salió la opción del Barcelona B y prefirió irse allí. Acepté. Ganamos los Juegos Mediterráneos y luego asumí la sub-21.
—Y vivió las dos caras del fútbol: llegar a lo más alto y fracasar.
—Con el mismo equipo que habíamos sido campeones de Europa en Dinamarca fuimos a los Juegos de Londres. No sé si nos quedamos cortos en días de preparación. Se juntaron una serie de situaciones que hicieron que las cosas no fluyeran, no funcionaron bien. No hay excusa, no estuvimos bien, el primero yo. En el fútbol, no de todos los sitios sales bien. No fue bonito, ni fácil de explicar, pero prefiero quedarme con las cosas buenas, que fueron muchas más.
—Y con haber tenido a sus órdenes a muchos jóvenes que luego han llegado a la élite. Un proceso que ya había vivido en primera persona como futbolista.
—Con 17 años, estaba jugando en Teruel en Tercera División. Vinieron a verme un ojeador del Barcelona y uno del Valencia. El del Barça estuvo más rápido. Me llevó una semana a entrenarme con su equipo juvenil. Íbamos dos chavales, un chico de Albacete y yo. Él estaba convencido de que se iba a quedar y yo de que no me cogerían, de que me mandarían de vuelta al pueblo. Fue justo al revés. Me costó mucho adaptarme. Al año de llegar, el director deportivo dudó de mí y el entrenador le insistió en que contaba conmigo.
—Apareció Cruyff para convertirle en el primer 4 de un modelo de juego que ha permanecido como la esencia del Barcelona.
—Tuve la gran suerte de que quería aplicar un método novedoso, buscaba unos perfiles muy determinados y nos eligió a cuatro jugadores del filial para hacer la pretemporada. Para su 3-4-3 necesitaba un mediocentro que tuviera una transición rápida, que supiera jugar con pocos toques, y ahí le cuadré yo. Si hubiera venido otro técnico buscando un perfil más fuerte, no habría tenido nada que hacer, como tampoco Guardiola. Cruyff ha sido siempre uno de mis grandes referentes como técnico.
—Aunque al final lo que Johan le dio, luego se lo acabó quitando.
—Fueron dos años muy intensos. Me di cuenta de cómo era realmente el fútbol profesional. A Cruyff le tengo que dar las gracias porque me hizo debutar, pero me marché del Barcelona también por él. No llegamos a un acuerdo para mi renovación y él entendía el negocio a su modo. Me apartó y me dejó varios meses sin jugar, cuando estaba yendo con la selección. Me perdí el Mundial de Italia 90. Fue muy duro.
—Le llamó el eterno rival.
—En esa situación que se había enquistado, en la que Johan me apretó mucho y ya no jugaba, el Madrid se interesó por mí. Decidí que lo mejor era marcharme de allí. Fueron siete años increíbles en el Madrid. Me valoraron y me respetaron mucho. Ganamos títulos, tuve que adaptarme a perfiles de entrenadores muy diferentes. El Madrid nunca le ha dado tanta importancia al estilo. Tuve a Valdano y después ficharon a Capello.
—Valdano venía a marcar una época en el Real Madrid y perdió el vestuario en un año.
—Había hecho una grandísima temporada, en la que jugamos muy bien al fútbol y fuimos campeones. Al año siguiente, todo cambió. Fallaron los resultados, nos eliminó de competición europea el Odense danés, y aparecieron los grupitos. El vestuario se resquebrajó, no había buen ambiente.
—Quizá por eso vino Capello.
—Era muy resultadista. Tenía una gestión del vestuario excesivamente agresiva, que hoy supondría un desgaste absoluto para el jugador. Ganamos la Liga, jugué más de 20 partidos, y fue mi último año allí. El club me ayudó a salir cuando el siguiente técnico —Heynckes— me hizo ver que no contaba conmigo.
—En Valencia le tocó adaptarse de nuevo. Lo ficha Valdano y en unos meses se encuentra con Ranieri.
—Los resultados con Ranieri no arrancaban y tomó una decisión muy dolorosa. Se sacó a ocho o nueve jugadores en el mercado de invierno. A partir de ahí, llegaron los éxitos. Fueron cuatro años muy buenos, el despegue del club. Ganamos una final de Copa, que llevaba 25 años sin conseguir. Vino [Héctor] Cúper y jugamos dos finales de Champions. Yo era un hombre de Valdano, pero Ranieri me eligió para ser el mediocentro. Jugábamos con defensa de cinco y tres mediocampistas. El futbolista tiene que amoldarse a todos los estilos. Me pilló en mi madurez, probablemente si me hubiera cogido con 18 años hubiera tenido muchos problemas.
—Lo habrá vivido con la trayectoria de su hijo Luis.
—Ha tenido muchas frustraciones, de mucha gente que no ha confiado en él. Tenía un hándicap, y es que siempre iba con dos años de retraso a nivel físico. Lo echaron del Valencia, del Madrid, del Atlético, del Rayo... Y luego se rompió el cruzado. Pero insistió, tuvo mucha madurez. Tampoco le he regalado los oídos. He intentado no presionarlo, que las cosas fluyeran, y sintiera mi apoyo como padre. Ahora disfruto con él.